Esta semana hemos pasado dos festividades relevantes, el día de la Constitución y el de la Inmaculada. Quienes han disfrutado de un puente lo llaman a veces el de la “purisima constitución” uniendo ambas festividades en un sintagma imposible pero un poco cómico. Se trata de dos fechas que nos obligan a posicionarnos ante la realidad de España y su historia.
España es una nación milenaria, que preexiste siglos y siglos a su primera constitución y, desde luego, a la actual. No fue fundada en 1812 ni en 1978 ni puede negar su historia anterior. El separatismo es un crimen moral no porque resulte económicamente ruinoso, que así es, ni porque sea ilegal y contrario a la constitución, que desde luego lo es, sino porque rompe un legado histórico y ético de generaciones y generaciones de compatriotas que lucharon y se sacrificaron por dejarnos una patria hermosa que no tenemos derecho a destrozar. Los patriotas no sentimos ninguna animosidad contra la Constitución, cuyo contenido criticamos desde la lealtad y cuyo respeto exigimos, mientras sea compatible con el bien de la patria, pero tenemos claro que no luchamos por ella, como por ninguna norma ni sistema político. Luchamos por España. Nada más y nada menos.
La lealtad jurídica a la Constitución no implica adhesión a su contenido político e ideológico y, en estos momentos, se da la paradoja de que el texto constitucional, responsable en parte de la deriva antipatriótica y corrupta del Régimen del 78 que padecemos, es también uno de los obstáculos que impiden a los enemigos de la unidad nacional su liquidación, pero exigir su cumplimiento legal no nos impide constatar que, ante sus evidentes errores, no tenemos nada que celebrar en su día y que el Régimen del 78 que ella alumbró se encuentra agotado y no da más de sí.
El día de la Inmaculada, por otra parte, celebra la Batalla de Empel, ocurrida los días 7 y 8 de diciembre de 1585 durante la Guerra de los Ochenta Años, en la que un Tercio del ejército español, derrotó en condiciones tan adversas que hacían parecer imposible la victoria, a una flota de cien barcos de los rebeldes de los Estados Generales de los Países Bajos, gracias a que una noche inusitadamente fría congeló las aguas que rodeaban a los españoles permitiéndoles atacar por sorpresa al enemigo. En España, la tradición católica ha considerado que la victoria fue gracias a la intercesión de la Inmaculada Concepción, ya que los soldados encontraron una talla suya antes del enfrentamiento decisivo, y por ello la Concepción fue proclamada patrona de los Tercios españoles, actual Infantería Española y es fiesta nacional en España el día 8 de diciembre. Esta victoria supone uno de los muchos hechos gloriosos de nuestra historia, ensombrecidos por la leyenda negra, y de los que nuestros enemigos históricos, ya más numerosos dentro de nuestra propia patria que fuera, quieren que nos avergoncemos y pidamos perdón.
La España de la época del Milagro de Empel, tenía la mitad de habitantes (sin contar los de ultramar) de Francia y menos terreno cultivable y el Emperador español recibía la mitad de rentas que el Otomano. Aun así, España mantuvo la supremacía militar en dos frentes, ante los turcos y ante los herejes, agotador cada uno de ellos, siendo frecuentemente traicionado por la católica Francia que, pese a su religión, hacía causa con protestantes o moros contra los intereses de España. Gracias a esa supremacía, España protegió a toda Europa de la invasión Otomana y a la fe verdadera de la herejía, preservando a la cristiandad y permitiendo que la Iglesia fundada por Cristo no fuera borrada de la faz de la tierra. España fue entonces, sin duda, el brazo de Dios en el mundo y jamás nos avergonzaremos ni pediremos perdón por ello.
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