En el reciente conflicto de la OTAN con Rusia que ha desembocado en la terrible guerra a la que estamos asistiendo entre atónitos y descolocados en Ucrania, es necesario para su comprensión, y sin perjuicio del manifiesto conjunto en el que trabajamos todas las asociaciones de la Red Desperta y que se hará público próximamente, repasar siquiera someramente la historia de ambas naciones, Ucrania y Rusia.
Así como nosotros situamos la primera España en el Reino visigodo de Toledo o, en otros casos, en el Reino astur-leonés fundado por don Pelayo, el mito fundacional tanto de Rusia como de Ucrania tiene el mismo origen, el Rus de Kiev fundado en el siglo IX y que en el XI incluía la parte europea de la actual Rusia y que llegó a ser la estructura política europea más importante de la época. Dado que su centro se encontraba en la actual Ucrania, no es que la independencia de esta nación de la URSS, tras su desmoronamiento, sentase a los rusos, como ha dicho Juan Manuel de Prada en un reciente artículo, como nos sentaría a nosotros la independencia de Cataluña o como les sentó la perdida de otras repúblicas, como Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia o Georgia, sino de un modo sustancialmente peor, como si de España se separase Covadonga.
El Rus de Kiev fue destruido en la invasión mongola del siglo XIII, para reconstituirse después, al tiempo que aparecía el zarato moscovita que, convertido en el Imperio ruso de los zares terminaría conquistando Ucrania en 1772. Más adelante, Ucrania sería una de las repúblicas fundadoras de la URSS, padeciendo bajo la tiranía soviética una represión brutal, incluido el Holodomor en 1933, donde murieron entre 4 y 12 millones de ucranianos de hambre, causado por Stalin. De entre todos los territorios que manifestaron una resistencia notable al comunismo, Ucrania, con líderes nacionalistas como Stepán Bandera, fue sin duda el que más destacó en este sentido. El capitán Palacios cuenta en “Embajador en el infierno” como los cautivos españoles de la División Azul en el Gulag soviético se encontraban con ucranianos que presumían de ser “banderas” por el nombre de su jefe y que eran los más temidos y odiados por las autoridades soviéticas y a quienes reservaban peor trato y destino.
El resultado de este proceso es una Ucrania dividida casi al 50% entre pro-rusos y nacionalistas europeístas, americanistas y anti-rusos, con una parte de su población que, o bien es de origen ruso y se sienten más rusos que ucranianos, o bien, sintiéndose ucranianos, está culturalmente asimilada a Rusia y se expresan en ruso, de modo que están igualmente incomodos bajo dominación rusa que con un gobierno nacionalista anti-ruso que les impida expresarse en su lengua rusa natal, que la estudien sus hijos, acceso a la televisión en ruso, etc.
Fruto de esta configuración sociológica, la Ucrania posterior a la independencia ha cabalgado entre gobiernos pro-rusos y europeístas anti-rusos. La llamada Revolución naranja en 2004 significó la llegada al poder de los europeístas que tomaron la iniciativa, pero casos de corrupción, como el que llevó a Iulia Timoshenko a la cárcel, provocaron la vuelta al poder del pro-ruso Yanukovich en 2010, que, en 2013 rechazó el Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea para estrechar relaciones con la Federación de Rusia con el fin de ingresar en la Unión Aduanera Euroasiática.
Esta decisión, totalmente legítima del gobierno democráticamente elegido de un estado soberano, dio lugar a una serie de protestas, principalmente en Kiev, conocidas como el Euromaidán, que reunieron a más de 1.000.000 de manifestantes de toda Ucrania. A partir de aquí los hechos son confusos. Se acusa a la policía de reprimir violentamente las protestas, pero entre los manifestantes existían grupos paramilitares que respondieron con la fuerza y generaron una situación de conflicto civil, con centenares de muertos, que tuvo como consecuencia el derrocamiento del gobierno pro-ruso de Yanukovich y el retorno al poder del nacionalismo europeísta, atlantista y anti-ruso, más agresivo que nunca. Las sospechas de intervención de USA en este cambio de gobierno favorable a sus intereses son evidentes.
La respuesta de la población pro-rusa en los territorios en los que era mayoritaria produjo la independencia de facto y posterior anexión a Rusia de Crimea y Sebastopol, así como una guerra civil en el Donbas (Donetsk y Lugansk), que ha durado hasta la reciente invasión. Es esta Ucrania desestabilizada en la que un gobierno legítimamente democrático favorable a los intereses de Rusia fue sustituido, sin que mediasen las urnas, por otro notoriamente más favorable a occidente en condiciones poco claras la que está sirviendo de escenario al enfrentamiento entre Rusia y la OTAN que ha dado lugar a una guerra cruel en la que, como en todas, los muertos los pondrá un pueblo inocente, atrapado entre juegos imperiales, cuyos detalles se les escapan.
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