El mismo Borja Semper que dijo que el futuro debía construirse con Bildu señaló como línea roja, para que el PP pudiera pactar con Vox en Valencia, que el candidato a la presidencia de la Generalitat de la formación de Abascal, el catedrático de derecho constitucional Carlos Flores, no entrara en el gobierno valenciano por haber sido condenado por “violencia de género”, extremo este último simplemente falso por dos razones, primera porque cuando sucedieron los hechos por los que Flores fue condenado, hace más de 20 años, tales delitos no existían y segundo, porque aunque se hubieran producido hoy, Flores nunca fue acusado ni mucho menos condenado por ningún tipo de violencia física, sino por unos insultos en la calle en el contexto de un divorcio difícil. Así tenemos que, para el dirigente del PP, aceptar construir el futuro con quienes defienden e incluso llevan en sus listas a asesinos etarras no es una línea roja, pero integrar en el gobierno valenciano a un catedrático brillante al que condenaron hace 20 años por unos insultos en el marco de un divorcio desagradable sí lo es. Esto recuerda a ese chiste en el que un hombretón con las manos manchadas de sangre se acerca a un confesionario a reconocer haber matado a su padre y el cura le contesta que tenga cuidado, porque se empieza matando a gente y se termina por decir palabrotas y no ir a misa los domingos.
Esta arbitrariedad a la hora de señalar líneas rojas, que no afectan a los diputados del PSOE que se fueron de putas con Tito Berni ni al propio Feijoo cuando navegaba alegre en el yate de un narcotraficante ni, como decimos, a quienes llevan en sus listas a asesinos terroristas con los que no existe comparación posible, parece estar relacionada con los eternos complejos de la derechita cobarde y con la estrategia de Feijoo para que Sánchez no pueda reprocharle los pactos autonómicos con Vox cara a las próximas elecciones generales anticipadas. De este modo, el PP parece decidido a sacrificar alguna comunidad autónoma a la izquierda, evitando el pacto con la formación verde, haciéndose perdonar así por alcanzar acuerdos en las demás, demostrando por esta treta no estar dispuestos a ceder en todo ante Vox, marcando distancias para no perder a sus votantes de centro, mientras Vox mantiene en el bloque de derechas a los más escorados a la diestra.
En aplicación de este plan, primero lo intentó con Extremadura, ofreciéndose a que gobernase la lista más votada, pero la reacción de los extremeños y la negativa del PSOE, frustraron la operación. El siguiente intento fue en la Comunidad Valenciana, donde el veto a Flores parecía abocar a nuevas elecciones, pero la generosidad del catedrático, evitando personalismos para facilitar el acuerdo, volvió a dejar al PP con el culo al aire. Ahora parece que toca el turno de Murcia, donde un acuerdo PP-PSOE ha dejado a Vox fuera de la mesa del Parlamento murciano y la cerrazón de los populares negándose a la entrada de Vox en el gobierno murciano parece condenarnos a un gobierno de PP y PSOE o más probablemente a la repetición del proceso electoral.
Volviendo al Reino de Valencia, el pacto de gobierno de PP con Vox ha desatado las iras antidemocráticas de la izquierda y sus perros mediáticos, que han vaticinado poco menos que la resurrección de difuntos dictadores y el retroceso cronológico de la historia valenciana a la edad media o a la de piedra. En realidad, el acuerdo se basa en el más básico sentido común, Vicente Barrera, torero, pero también licenciado en derecho, será un excelente vicepresidente y lo único que debemos lamentar es que Vox no haya conseguido la Consellería de educación, como se informó en un principio.
El mayor reto para Vox no es la gestión de áreas con mayor o menor peso económico, sino condicionar el futuro y, en ese sentido, lo más importante no es repartirse cargos, sino poder influir en la lucha cultural, la que marcará los paradigmas políticos en los que se moverán las próximas generaciones, la que determinará que la Ventana de Overton comience a moverse en sentido inverso a como viene haciéndolo los últimos 45 años, que por primera vez en décadas avance hacia la cordura en lugar de deslizarse hacia la locura. Que, en este contexto, la cartera de educación es la más importante y a cuya consecución deberían subordinarse todas las demás reivindicaciones (vicepresidencias, número de consellerias, presidencia de las Cortes, etc.) es algo que no admite dudas.
Esto es más cierto todavía en el Reino de Valencia, donde además de los problemas comunes al resto de los españoles, acarreamos un problema histórico y cultural llamado catalanismo, impuesto por la izquierda y conservado por el PP, es decir, la determinación de nuestra política cultural y, sobre todo, lingüística, por una minoría adicta al separatismo catalán de extrema izquierda imperialista sobre el Reino de Valencia. Que tal minoría cuente con la complicidad activa o pasiva de los grandes partidos nacionales PSOE y PP, es un misterio que requeriría un artículo independiente para su dilucidación, pero lo bien cierto es que el PP, que ya traicionó a los valencianos con los gobiernos de Zaplana y Camps, amenaza con hacer lo mismo con Mazón y no va a querer moverse ni un milímetro de donde ha dejado las cosas Ximo Puig a no ser que Vox le obligue. En ese sentido, es especialmente decepcionante que Vox no haya conseguido educación, máxime después del sacrificio de su candidato en el altar de una estúpida corrección política.
La exigencia histórica a Vox en Valencia, que ni siquiera un partido formado principalmente para ello como Unión Valenciana pudo lograr, devorado por el PP y por las ambiciones inconfesables de sus dirigentes, es la de terminar con el pancatalanismo en Valencia y devolvernos a los valencianos el respeto a nuestras señas de identidad, a nuestra orgullosa condición de españoles y a la “dolça llengua valenciana”, sustituida ahora mismo por el catalán en la educación, la administración y los medios de comunicación. Incumplir esta exigencia sería un fracaso intolerable que los valencianos no podrán perdonarle a los de Abascal. Esperemos que sean conscientes de ello y estén a la altura.
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