A lo largo de la historia se han sucedido distintos paradigmas políticos, distintas contraposiciones dialécticas para definir a los bandos en liza en las luchas de poder. El último y más exitoso es el que contrapone a izquierdas y derechas, que sigue siendo el más manejado hoy en día. Sin embargo, esta dualidad comienza a perder su sentido y a resquebrajarse ante realidades que escapan a los límites del significado que se la ha dado en los últimos siglos. En el horizonte, la imposición de políticas por las elites financieras globales, aplicadas por igual por partidos de derecha e izquierda, que empobrecen a la mayor parte de la población de las naciones occidentales y frente a la que se empieza a levantar una resistencia que apela a la soberanía de sus patrias para hacerles frente, resistencia que recibe muchos nombres, la mayoría despectivos: ultraderecha, populistas, deplorables, desdentados, pero que nosotros podemos definir simplemente como patriotas o, si se quiere, social-patriotas. Todo ello apunta a un nuevo paradigma, a una nueva contraposición dialéctica, a una nueva dualidad política generada por la tensión entre esa imposición globalista y esa resistencia patriota. El nuevo paradigma quedaría, así, como el de globalistas contra patriotas.
En los últimos años, los europeos y, en general, los occidentales, observamos, cada vez con más claridad, que los gobiernos de centroderecha y centroizquierda que se turnan en el poder desde el final de la Segunda Guerra Mundial practican exactamente las mismas políticas, aquellas que les dictan organismo supranacionales, antidemocráticos, porque nadie los ha elegido y que podemos resumir en inmigración masiva, deslocalización, desindustrialización, imposición de la agenda de la ideología de género y austeridad mal entendida que se ceba en el más débil y que mantiene los privilegios de las élites financieras y de los componentes de la clase política. Frente a estas líneas maestras, que podemos calificar de globalistas, los patriotas oponen la soberanía de sus patrias para resistirse a ellas y plantear medidas alternativas viables, que no amenacen con destruir el bienestar y la identidad de las sociedades occidentales. Los medios del sistema han calificado a estos últimos como extrema derecha, mereciendo el rechazo no solo de la izquierda sino de la derecha habitual, aunque tales patriotas no sean realmente extremistas y, en algunos casos, ni siquiera de derechas.
En los grandes debates del mundo observamos a izquierdas y derechas, desde Podemos al PP en España, y otro tanto en otras partes del mundo, en la misma trinchera, defendiendo, cada uno con sus argumentos y ante su clientela, la inmigración masiva, la ideología de género o, en España, el sistema autonómico. Aparentan que se odian, pero luchan codo con codo, al servicio de sus señores, aquellos que los financian, por mantener el statu quo. De igual modo, patriotas antiglobalistas procedentes distintas tradiciones políticas tendrán que compartir trinchera, superando las suspicacias entre ellos, para plantear alternativas viables a las políticas globalistas que nos empobrecen. También tendrán que colaborar, porque patriotismo no significa nacionalismo, patriotas de distintas naciones frente a un enemigo que es común y extendido por todo el globo. No existe otro camino que forjar alianzas que desarrollen una doctrina que enmiende el globalismo en su totalidad de forma coherente y que se esfuercen, bajo una estrategia común, transversal e internacional, en presentar batalla a los planes de las élites financieras globalistas. Nos va en ello nuestro bienestar, nuestra identidad y el futuro de nuestra Civilización.
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