La expresión “América Latina” nació en 1856 y fue creación de dos poetas, cada uno por su cuenta sin que esté claro quien la usó primero, si el chileno exiliado en París Francisco Bilbao o José María Torres Caicedo, que la utilizó en un poema titulado “Las dos Américas”. En todo caso, su popularización se debe al diputado francés Michel Chevalier, uno de los más cercanos colaboradores de Napoleón III del que fue ministro de Hacienda, cuando este se disponía a invadir Méjico, buscando poner de relieve elementos de identidad cultural entre los franceses y los hispanoamericanos. La idea francesa era entrar en Méjico con la excusa de cobrar una deuda que el país norteamericano se negaba a reconocer y promocionar al trono en un “imperio” mejicano dependiente de Francia a Maximiliano de Habsburgo (hermano de la famosa “Sisi emperatriz” de las películas), basándose en su condición de “latino” por conocer, entre otras lenguas, el retorromance, un dialecto hablado por unas 200.000 personas entre Italia y Suiza, y que, desde luego, nadie hablaba en América. También se pretendía justificar que los franceses, en su condición de “latinos”, tenían más derecho a estar en la América hispana que los anglosajones, rebautizando, por tanto, esta, no ya como “hispana” sino como “latina”. De este modo, Maximiliano fue presentado como flamante emperador de Méjico en 1863. Cuatro años más tarde, abandonado por los franceses, era fusilado por Benito Juárez.
La influencia de la izquierda hispanófoba, paradójicamente al servicio del capitalismo salvaje anglosajón, tal vez pueda explicar el éxito de la terminología de América Latina, pese al sonoro fracaso de la empresa a la que sirvió de expresión-fetiche. La creación por la ONU de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en 1948 supuso el impulso definitivo para la generalización del término. Ciertamente, la expresión resulta muy políticamente correcta. Evita la referencia al demonio español sin dar la impresión de estar sirviendo a los intereses anglosajones, a los que aparentemente se opone en una impostura muy conveniente, como decíamos sobre el indigenismo antiespañol antes. Sin embargo, aunque el término latino supuestamente se enfrente a la influencia estadounidense, en realidad tan solo debilita las raíces culturales de los hispanos, pues estos hablan español, no latín, y alejarlos de sus orígenes españoles les hace perder fuerza cultural ante el predominio anglosajón. El término nació para facilitar el colonialismo francés, pero actualmente sirve al anglosajón y a la cultura mundializadora. Debemos reivindicar, por tanto, el uso de los términos Hispanoamérica e hispanos para referirnos a los hispanohablantes americanos y a su cultura. Ponemos en valor también la Hispanidad como cultura universal perfectamente capaz de superar a la anglosajona y llamamos a promover el uso del español como lengua de ciencia, cultura, arte, negocios, tecnología y transmisión del conocimiento.
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