El 25 de agosto de 1982 Rodrigo Royo Masiá moría en la capital de España. Se cumplen, pues, cuarenta años de la desaparición de un excepcional periodista y escritor valenciano al que, como a otros muchos hombres y mujeres de su generación, nuestra sociedad, gravemente aquejada de memoria selectiva, ha enviado al desván del olvido en nombre de un —podríamos llamarlo así, sin temor a equivocarnos— futuro pecuario.
Rodrigo Royo nació en Ayora en 1922, militó de joven en el Frente de Juventudes y, en 1941, se alistará como voluntario de la División Azul, regresando del frente ruso al año siguiente tras haber recibido una herida de guerra, a raíz de la cual y durante toda su vida arrastrá una leve cojera.
En 1944 se graduará en la Escuela Oficial de Periodismo con el número uno de su promoción. Dos años después Rodrigo Royo será enviado como corresponsal a Estados Unidos por la dirección del rotativo madrileño “Arriba”.
En 1957, ya de regreso a España y después de un largo periplo en el también reside en otros países del continente, como Venezuela y Colombia, funda y dirige la revista “SP”. De “SP” quiso Rodrigo Royo hacer una suerte de “Newsweek” a la española; esto es, una revista de gran tirada, con una profesionalidad informativa de primer nivel y, al mismo tiempo, capaz de permear todos los estratos sociales. Esta etapa, que compatibilizará de 1960 con la dirección del dierio “Arriba” es, sin duda alguna, su mejor período profesional.
¿Dónde se situaba políticamente nuestro personaje? Rodrigo Royo fue siempre falangista, pero no de un falangismo acomodaticio, dócil, sino todo lo contrario. Fue de esas personas que llevan sus convicciones ideológicas a la vida cotidiana. Esta actitud, lógicamente, tenía que chocar con la cerrazón del Régimen franquista y la ascendente “tecnocracia” que empieza a escalar posiciones dentro de la estructura del Estado por aquellos años. Para los “tecnócratas” cualquier idea reformista tenía que pasar indefectiblemente por el cedazo del liberal-capitalismo y, por supuesto, se consideraba enemiga —de forma solapada, eso sí— de todo aquello que oliera a “azul mahón”. Rodrigo Royo, como otros muchos falangistas sin fisuras, no sólo sentía aversión por la “tecnocracia” — esto es, por todo aquello que tratase de perjudicar a la clase trabajadora y lo que ahora se llama “ascensor social”, pues no en vano una de sus grandes banderas fue la del acceso de los hijos de los trabajadores a la Universidad—, además el sistema bancario español le producía no poca repugnancia.
Con respecto al mundo exterior —que Rodrigo Royo conocía, por razones obvias, mucho mejor que la abrumadora mayoría de españoles de la época— no compartía en absoluto las políticas imperialistas de Washington. En las páginas de la revista “SP”, sobre todo en su sección internacional, pueden leerse multitud de artículos en los que se critica abiertamente a la clase política de Washington, se percibe una nada disimulada simpatía por la URSS y, por solo citar dos casos concretos, mostró su apoyo al castrismo cubano de los primeros años y al ascenso al poder de Salvador Allende en Chile.
El hecho de que Rodrigo Royo presentara batalla era prácticamente obligado que eso se tradujese en multas y suspensiones. Y, efectivamente, hubo multas y suspensiones. Además, todos sus proyectos editoriales —como el del efímero “Diario SP”, primer rotativo español impreso en “offset” y a todo color— se vieron sistemáticamente entorpecidos por la falta de financiación, tanto pública como privada. A él no le gustaban los banqueros y a los banqueros no les gustaba Rodrigo Royo. Paradoja de paradojas: un supuesto Estado “falangista” (sic.) le negaba a un falangista el pan y la sal, lo que le llevará en cierta ocasión a poner en negro sobre blanco: “La Falange ha sido amordazada por las oligarquías dominantes y está siendo suciamente desprestigiada por las camarillas triunfantes y los ambiciosos del poder (…) Los mayores males le han venido a la Falange por la vía de la derecha capitalista y clerical”. Queda bastante claro, ¿no?
En el verano de 1968 el órdago fue a mayores y el Tribunal Supremo condenó a Rodrigo Royo a pagar una descomunal multa y, en caso de no satisfacerse, cárcel. El fondo de la cuestión eran unas informaciones publicadas sobre la vida y milagros del político monárquico José María Gil Robles y Quiñones. Lejos de neutralizar a Rodrigo Royo, esta condena desató una oleada de solidaridad pocas veces vista en el franquismo: el sector “azul” —tibios incluidos— no podía tolerar esta maniobra destinada a descabezar la única publicación de oposición falangista, y así lo hizo. Al año siguiente, con el estallido del caso Matesa, Rodrigo Royo a través de “SP” vino el desquite del ayorino.
Conviene recordar que, mientras el Partido Comunista comenzaba a levantar tímidamente, por aquellos años, desde Radio Pirenaica y el “Mundo Obrero” ciclostilado, de “reconciliación nacional”, Rodrigo Royo no teorizaba, sino que era razón de ser de su actividad. Eso de la “reconciliación nacional” los había aprendido Rodrigo Royo, de juvenzuelo, en el Frente de Juventudes y la fundación de la revista “SP” es un buen botón de muestra. Así, uno de sus socios fundadores del proyecto será el periodista Jaime Menéndez Fernández, comunista, exiliado en Tánger, que regresará a España en 1957, para ingresar en la redacción en la revista “Mundo” y, de ahí, sumergirse junto a su amigo en la aventura de “SP”.
La creencia de Rodrigo Royo de que se podía regenerar el llamado Movimiento Nacional “desde dentro”, para llegar a una República social y nacional —Rodrigo Royo fue de los falangistas que se posicionaron en contra de la restauración borbónica— acabará por convertirse en una quimera. Son tiempos de “transición” —que, desde nuestro punto de vista, no arranca con la muerte de Franco— y, en 1973, frustrado ante el hecho de que los acontecimientos vayan en sentido contrario de su ideas para el futuro del país, parte a México con su familia en lo que sin duda podemos considerar un exilio voluntario.
En el verano de 1980, ya de vuelta a España, Rodrigo Royo fue nombrado director del periódico madrileño “Informaciones”, sucediendo a otro gran periodista, Emilio Romero, en el cargo. Es, sin embargo, el peor momento de un diario lastrado por infinidad de deudas y una dirección empresarial nefasta. Su presencia no ayudó, en absoluto, a reflotar un proyecto que estaba herido de muerte. “Informaciones”, pues, será la estación término de un periplo profesional tan rico y apasionante como controvertido y salpicado de no pocas situaciones complicadas.
Su calidad humana y profesional, en cualquier caso, siempre estuvieron fuera de toda duda. Para quienes nos hemos acercado a la vida de Rodrigo Royo, aunque sea en la distancia, no hemos podido encontrar ni un solo testimonio que asevere lo contrario. Una excelente persona, amante de su familia, un profesional de primera fila —un “periodista de raza” se decía antes—, y alguien que protegió a sus trabajadores y colaboradores, incluidos aquellos que vigilaba de cerca la policía, pues no en vano en la redacción de “SP” jamás se le pidió a nadie —ya fuese periodista o simple maquinista— “pureza de sangre”.
Como dijimos al principio de estos párrafos, Rodrigo Royo fue un notabilísimo escritor. No es autor de una extensa obra —todo lo contrario—, pero sí absolutamente interesante para todas aquellas personas que pretendan abordar aquellos años desde la perspectiva del “outsider”.
Me voy a referir sólo a tres de sus obras en concreto.
De 1959 es “U.S.A., el paraíso del proletariado”, un ensayo sobre la vida norteamericana —o, para ser exactos, neoyorquina—, con una segunda parte que se adentra en las fallas ideológicas e instrumentales de la democracia norteamericana, en lo que es, sin duda, una corrosiva —y para aquellos tiempos chocante— crítica al “american way of life”, pues no en vano en diciembre de ese año es cuando los norteamericanos escenificaban el definitivo espaldarazo al Régimen franquista con la visita del presidente Eisenhower a Madrid.
En “El establishment”, de 1974, Rodrigo Royo recurre a la ficción para contar, con pelos y señales, sus propias vivencias frente a un poder político y financiero depredador. Una novela que, salvando todas las distancias, sigue siendo actualísima y que recomendamos vivamente.
De ese mismo año, “Todavía…”, es otra excelente novela. Premio Ateneo de Sevilla, en su momento tuvo una excepcional acogida de público y viene a ser una metáfora de la tragedia de la guerra civil de 1936-1939. Un personaje siniestro apodado “Chorreta”, en una supuesta población llamada Alea —Ayora, en realidad—, somete al pueblo a una verdadera dictadura de terror. Acabada la guerra, las fuerzas triunfadoras se encargarán de opacar cualquier tipo de mensaje verdaderamente regenerador —la buena nueva joseantoniana—, para volver lo más rápidamente posible a la “normalidad” antaño: “Recostada sobre la tapia de su historia, España comenzaba otra vez a bostezar”.
Nunca habría imaginado encontrar en Internet un artículo así sobre mi tío Rodrigo. No tengo más que palabras de agradecimiento por esta labor de investigación porque Rodrigo Royo es uno de los grandes olvidados de la historia del periodismo.
Es una pena que no se le haya honrado como debería ni en su propio pueblo.
Actualmente yo resido en Ayora en la casa donde él nació y me siento muy orgulloso de su legado.
Muchas gracias por tus palabras.
Un gran periodista y una excelente persona. Cuanta falta nos hace en España personas como él.
Yo era muy joven, pero recuerdo perfectamente su revista SP y su Diario SP…