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9 de octubre

05/10/2020

La victoria de las Navas de Tolosa reafirmó a los reinos cristianos en la necesidad de acabar con la amenaza islámica, para garantizar la paz y el futuro de los reinos cristianos y concluir esa “restauración de España” de la que hablaban sus contemporáneos y para ello Jaime, en Aragón, y Fernando III, en Castilla, decidieron acabar la Reconquista.

Jaime I el Conquistador había sido educado por el maestre de los templarios por decisión del papa Inocencio III. Su formación, por tanto, tuvo una proyección universal, que sería una constante en Castilla y Aragón, y que trasladarían a la España reunificada por los Reyes Católicos y nos caracterizaría. Para ello conquistó Mallorca y Valencia. Ya el 17 de junio de 1094 el Cid Campeador había conquistado Valencia después de meses de asedio y cerco a la ciudad. Se tituló príncipe de Valencia y se instaló en la ciudad hasta su muerte el 10 de julio de 1099. En 1101 el rey Alfonso VI de Castilla ordenó la evacuación de la ciudad que volvió a manos de los almorávides. La conquista definitiva del Reino de Valencia se realizó entre 1232 y 1245. Por haber encarcelado al obispo electo de Zaragoza, la iglesia excomulgó a Jaime I. Arrepentido, Jaime I se confesó y como penitencia le fue impuesto que hiciera una cruzada para conquistar el Reino Moro de Valencia. Anécdotas aparte, era obvia la intención de servir al espíritu de cruzada que tuvo en España su máximo exponente. Bajó de Aragón trayendo fundamentalmente tercios de Zaragoza, Daroca y Teruel, junto con algunos soldados de los nobles de Aragón y su victoria fue fulminante.

Las reivindicaciones del nacionalismo catalán sobre el Reino de Valencia y las Islas Baleares, materializadas en los llamados “Països Catalans”, son una de las amenazas más graves a la estabilidad territorial del conjunto de España, junto con el expansionismo del nacionalismo vasco sobre Navarra, porque estas regiones son ahora mismo el dique de contención de la locura separatista y lo único que impide que esta se desborde en una crisis territorial que recuerde a los episodios más vergonzosos del cantonalismo. 

El Reino de Valencia, su lengua y su cultura son elementos clave en el proceso de falsificación de la historia del separatismo pancatalanista. El valenciano como lengua tenía, precisamente, lo que le faltaba al catalán: muestras literarias históricas significativas. De hecho, el primer siglo de oro de las lenguas romances corresponde al valenciano, con autores tan destacados como Joanot Martorell o Ausias March, antes incluso que al español o al italiano. Mientras, en los condados que ahora componen Cataluña, su legislación se dictaba en latín y sus primeros poetas escribían en provenzal. A falta de una historia propia justificativa, el nacionalismo catalán, simplemente, robó la valenciana.

La lucha antifranquista valenciana, germen de toda su futura izquierda y, después, por falta de ideas propias y de gallardía política, extendida a toda su clase política, fue dirigida y financiada desde Cataluña, por sectores nacionalistas. No siempre los intelectuales “progresistas” valencianos fueron cómplices de este pancatalanismo imperialista sobre el Reino de Valencia. El genial escritor y máximo representante político del republicanismo valenciano, Vicente Blasco Ibáñez, publicó en la prensa de la época un artículo titulado “La lepra catalanista”, como respuesta a los primeros intentos de “invasión cultural” de los vecinos del norte.

De este modo nació una generación de intelectualoides valencianos financiados desde Cataluña y, por lo tanto, como buenos estómagos agradecidos, furibundos pancatalanistas: Juan Fuster, Enrique Valor, Vicente Andrés Estellés, etc. Por desgracia la izquierda valenciana se basó en ellos y no en Blasco Ibáñez, por ejemplo, para tomar sustento intelectual. Luego, la cobardía de la derecha liberal valenciana haría el resto. Concretamente, Joan Fuster elaboró en su libro “Nosaltres els valencians” el relato histórico falsificado según el cual el valenciano es el catalán que hablaban los repobladores catalanes que vinieron con Jaime I, no más fundamentado históricamente que la pretensión de que catalanes fundasen Roma o Estados Unidos o que fuesen catalanes Cervantes o Shakespeare. 

El 9 de octubre es una fecha para celebrar nuestra condición de valencianos, españoles y miembros de la Civilización Cristiana. No dejemos que unos fanáticos nos la roben.

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