Víctor Laínez fue asesinado en 2017 por llevar unos tirantes con la bandera de España. Su asesino, Rodrigo Lanza, había estado ya en la cárcel por dejar paralítico a un policía en el desalojo de un piso ocupado. En una primera sentencia, Lanza apenas fue condenado por homicidio imprudente a 5 años de cárcel. El juicio fue declarado nulo por falta de motivación y debó repetirse. La sentencia del nuevo juicio condenó al “antifascista” de origen chileno por asesinato. Esta semana hemos conocido la ratificación de la condena a 20 años.
En 2013 se estrenó el documental Ciutat morta donde los ocupas del incidente por el que Lanza fue a prisión aparecen como héroes. El 21 de enero de 2015, Julia Otero entrevistó a Rodrigo Lanza en su programa Julia en la onda. Lo presentó diciendo: “Como víctima de ese proceso, aquí tenemos a Rodrigo Lanza”. Sólo un día antes, Rodrigo Lanza había dado una multitudinaria rueda de prensa en el Colegio de Periodistas de Cataluña (más adelante daría una conferencia en la Universidad de Salamanca.) Lanza también fue defendido en un artículo por Jordi Evole, donde hablaba de “no estigmatizar a nadie por algo tan superficial como su estética”, como si a Lanza le hubieran condenado por su estética y no por dejar paralítico a un policía.
En octubre de 2016, el ayuntamiento de Barcelona subvencionó con 30.000 euros el Centro para la Defensa de Derechos Humanos Iridia, al que pertenece la madre de Rodrigo Lanza. Pablo Iglesias se reunió en 2015 con la madre de Lanza para mostrarle su apoyo. Ada Colau, que había colaborado a título personal en la financiación de Ciutat morta, le exigió por su parte al ayuntamiento que le pidiera perdón a Rodrigo Lanza.
El antifascismo, en ausencia de un movimiento fascista operativo al que oponerse es, en el mejor de los casos un fraude y, en el peor, un crimen. Estos hechos lo demuestran. Poder calificar de “fascista”, el pecado supremo en el orden político surgido de la Segunda Guerra Mundial, arbitrariamente a quienes a los antifascistas les dé la gana, deshumaniza al discrepante, convertido en enemigo mortal, hasta el punto de considerar justificado emplear contra él cualquier violencia, incluso la letal, por desproporcionada o criminal que resulte.
El asesinato de Víctor Laínez fue un verdadero crimen de odio en una época que la que se abusa notoriamente de esta calificación. Un crimen por odio a España, por hispanofobia. La asunción en España de la leyenda negra creada por sus enemigos históricos generó una depresión nacional, un complejo de inferioridad colectivo, una oleada de baja autoestima patria de la que derivan fenómenos como el separatismo o la fobia a nuestros símbolos, fobia que puede llegar a límites extremos como el asesinato. España necesita creer de nuevo en sí misma, asumir que si nos quitamos de encima estúpidos complejos no habrá nada que no podamos lograr como pueblo.
Si Ada Coalu, Julia Otero, Jordi Évole, Pablo Iglesias, Gabriel Rufián y todos los demás que tan preocupados están por el retorno del fascismo, mientras apoyan a asesinos que dejan tetrapléjicos a policías, por fascismo entienden demagogia, populismo, irracionalidad y violencia, entonces tendrán que reconocer que ellos mismos son los mayores fascistas. Si lo que quieren ver es a la parodia de fanático brutal que identifican con el fascismo, solo tienen que mirar a la bestia inmunda que asesinó a Víctor y a la que ellos apoyaron, el mismo que presume de antifascista. Y si finalmente lo que quieren es ver a los cobardes y a los bastardos que con su actitud fanática permiten que el mal triunfe, solo tienen que mirarse en un espejo.
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