La sucia campaña y el resultado de las elecciones a la Comunidad de Madrid marcan el primer asalto (o, tal vez el segundo, si consideramos el primero las elecciones catalanas) de la lucha por la Moncloa que, según parece, no tardará mucho en desatarse de manera más patente.
Tal vez por eso y porque las encuestas desde el principio daban un mal resultado a los partidos de izquierdas, estos plantearon las estrategias de campaña más bajas y miserables, incluyendo la violencia contra los actos de Vox en determinados barrios como Vallecas y, sin sonrojarse por la contradicción, un ridículo e infantil victimismo frente a unas supuestas amenazas con aroma a montaje.
Que el mismo Iglesias que ha llamado a «alertas antifascistas», que ha incitado a quemar ciudades por un rapero filoetarra, que ha convocado a apedrear actos de Vox y ha culpado a los propios simpatizantes de Vox por «provocar» con su presencia y que ha dudado de las heridas de miembros de Vox diciendo (él o su amigo Echenique) que la sangre era salsa de tomate se hiciera la víctima rayaba en el patetismo. El fracaso rotundo de su estrategia ciertamente es una muy buena noticia para todos, independientemente de los planteamientos políticos de cada uno.
Quiero detenerme, sin embargo, en una anécdota de campaña menos comentada. En un acto de Mas Madrid, un espontaneo increpó a Errejón al grito de ¡Viva España! Este no se arredró y respondió: «Tú no quieres más a tu país de lo que lo quiero yo. La diferencia es que yo, además, me preocupo por el pueblo, por el pueblo español y por los problemas cotidianos del pueblo español». Discurso impecable, que podríamos firmar cualquier patriota, pero cínico en grado sumo, hasta el punto de recordarnos al precepto evangélico del “haced lo que ellos digan, pero no lo que ellos hagan”.
Y ojalá fuera cierto lo que dice Errejón, porque necesitamos una izquierda que no odie a España, pero la verdad es que a Errejón le faltó tiempo para aliarse con Compromis en Valencia y las Mareas en Galicia que son separatistas y servidoras de las burguesías más reaccionarias e insolidarias de Europa, lo que le hace a él y a su partido unos traidores a España y a la causa de los desfavorecidos. La inteligencia de su discurso, aunque por desgracia no de sus obras, quizá sea lo que ha determinado que esta formación sea la única que se ha salvado de la quema de la izquierda.
Y es que en Madrid la victoria ha sido de la derecha (la buena y la mala) y la derrota de la izquierda (que en España solo hay mala). Ayuso, simpática y mediocre, pero agigantada por la demagogia de los ataques contra ella, profundamente injustos y canallas, de una izquierda absolutamente desquiciada y ruin, representa al ala más derechista y desacomplejada del PP. Ayuso demostró que otra forma de gestionar la pandemia, con menos restricciones a la libertad individual, era posible, y la izquierda no se lo perdonó, iniciando una táctica de acoso y derribo contra ella que incluyó la criminalización de Madrid y el fomento del odio por esta bella ciudad y de la discriminación de sus naturales, lo que le ha pasado factura.
Ciudadanos desaparece y Vox logra mantenerse, pese al vendaval Ayuso, e incluso, subir un poco, lo que implica el aumento de la transversalidad en su voto y que este no es un juego de suma cero con el PP. Es cierto que el sorpaso de Vox al PP, que se anunciaba en Cataluña, parece ahora más lejano, lo que supone la mala noticia de una noche electoral, por lo demás bastante satisfactoria, pero por desgracia los problemas contra los que reacciona el votante de Vox (inmigración, ideología de género, separatismo) irán a peor, de modo que los de Abascal tendrán nuevas oportunidades de reivindicar su discurso frente a la cobardía del PP. Los de Casado están, pese a figuras como Ayuso, dotadas de mayor dignidad que la media, totalmente insertos en el consenso progre-globalista y, por tanto, también son el enemigo, cosa que no debemos olvidar nunca.
Pero estas elecciones han supuesto, sobre todo, la derrota de la estrategia de la satanización del patriotismo con la etiqueta difamatoria de la malvada “ultraderecha” que viene y que nos come. No hubo miedo al fantasmagórico retorno del fascismo ni del nazismo ni ningún otro señuelo por el estilo y sin el miedo y el odio, la izquierda española que vive del rencor, la envidia y la hispanofobia, no es absolutamente nada. Por eso Madrid ha resultado ser la tumba de la izquierda.
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