Incluimos en esta publicación el prólogo del miembro de Valentia Forum José Manuel Bou y un fragmento de cada una de las tres historias reunidas en el libro “Mi Sangre” de Valle Sevillano, por gentileza de la autora. Una obra que rezuma respeto por la tradición y amor a España en todas sus letras:
Prólogo “MI SANGRE”.
Cuando supimos que Valle finalmente iba a atender a las súplicas de sus amigos y admiradores (entre los que me cuento) e iba a publicar de nuevo todos nos alegramos. Quizá sería impropio decir que nos hizo caso, porque ella solo hace caso a su propia brújula interna, pero queremos pensar, acaso ingenuamente, que nuestra insistencia tuvo algo que ver en que se decidiera a hacerlo, después de tantos años y de tantas páginas volcando su alma, pues los que la conocemos, sabemos que nunca ha dejado de escribir. Mi alegría fue doble, al encargarme este prólogo: “Yo no creo en los prólogos, te lo pido solo porque eres tú”. Y es que Valle, dotada de una inteligencia emocional sobrehumana (y de una inteligencia convencional tampoco nada desdeñable) sabe cómo hacer que cualquiera de sus amigos se sienta especial y ello sin arrojar ninguna duda sobre su sinceridad, a veces brutal y siempre incuestionable. Fue su encargo una alegría, pero también un reto: “Nada de política, solo sentimientos”. Y es que los sentimientos, como ya comprobará el lector, son su fuerte, pero no el mío, nadando yo más a gusto por las aguas de lo político, en el buen sentido de la palabra (no la política partidista, sino la que nos permite entender el mundo) donde puedo hacer uso de análisis racionales, sistemáticos y metódicos que arrojen luz sobre las cuestiones a tratar, fórmulas que, en el mundo de los sentimientos, las emociones y las pasiones no siempre funcionan.
Y es que, si lo publicado por Valle hasta ahora es meritorio, aquellos a quienes nos honró mostrándonos algunas de las páginas que seguía escribiendo sabemos que todavía no daba la medida de sus capacidades literarias. Aquellos primeros textos eran casi adolescentes, aunque los hubiera escrito ya en la madurez, porque Valle, que comenzó a escribir sorprendentemente tarde y sorprendentemente bien, como si la literatura hubiera sido para ella una vocación congelada en el tiempo, es capaz de adquirir en unos meses la experiencia literaria de unas décadas y crecer con cada texto como si tuviera que pasar por todas las “edades” de un escritor más deprisa que nadie. Estas tres novelas cortas que el lector va a encontrar aquí ya dan la talla de la escritora que Valle puede llegar a ser, sin perjuicio de que todavía le queden alturas mayores que alcanzar, porque en su futuro como escritora el cielo es el único límite, y sin descartar que haya escrito ya páginas de igual o mayor belleza, de esas que no enseña a nadie (o al menos no me enseña a mí, que tengo el honor de contarme entre sus primeros lectores).
En estos tres relatos, el lector va a encontrar ya a una escritora joven, pero madura, capaz de cuajar historias en las que refleja su interior como no queriendo hacerlo, pero sin tampoco poder evitarlo, con es- casas descripciones físicas, pero profundas descripciones sentimentales, tan universales como las emociones, pero tan particulares como somos cada individuo y más aquellos que, como Valle, se atreven a ser esas pocas almas que a decir de Chesterton salvan su época por tener el coraje de ser inactuales. Valle, en efecto, es profundamente inactual, como veremos al leer estas tres novelas que abordan temas y se basan en valores tan fuera de nuestro tiempo decadente, pero, a la vez, vive plenamente su época y cada momento de su existencia con una sensibilidad en carne viva, tanto en su vida como en su literatura (sus líneas dedicadas al coronavirus, de una ternura inaudita, nos conmoverán a todos). Esto, en un ensayista daría, tal vez, lugar a contradicciones, pero en los escritos de Valle, legionaria y roquera, queda sorprendentemente armonizado. Buff, si al final va a tener razón y es mejor escribir de sentimientos que de política…
Entre las páginas de estas tres novelas convenientemente agrupadas bajo el título de “Mi sangre”, que ya es toda una declaración de intenciones, vamos a encontrar unas características recurrentes: amor por los padres y respeto profundísimo a los ancestros; puesta en valor de la familia; devoción por el trabajo bien hecho, especialmente el manual; culto al valor y al arrojo, tan denostados; religiosidad y patriotismo, tal vez consecuencia necesaria de todo lo anterior; y una empatía profundísima, que le lleva a querer sinceramente hasta a quienes le dañan, pero por quienes no puede dejar de sufrir.
Valle escribe por la razón que escribimos todos, pero que algunos ignoran y otros olvidamos con demasiada facilidad: porque no tiene más remedio, porque para quien tiene vocación de ello escribir es como res- pirar y porque es la única forma de empezar a entender mínimamente nuestra propia alma y el mundo que nos rodea, y de hacer soportables sus contradicciones. Esta motivación, generalmente inconsciente, en Valle es, o parece ser para quien se acerca a ella, plenamente deliberada y está presente en cada línea que, insultantemente, se niega a plegarse a cualquier convención o norma que no sean las que la propia autora se impone en su batalla por sacar lo que lleva dentro y necesita ser escrito. Valle escribe para sí misma y no hay ambición mundana, imposición externa o juicio exterior que la muevan ni un milímetro de lo que quiere decir, que le cambien ni una coma de lo que ha surgido de su alma, como a borbotones, en sus noches de insomnio y escritura.
Por sus páginas veremos desfilar médicos, militares (muchos militares), albañiles, limpiadoras y hasta pinchadiscos, todos entregados a su labor con la máxima dignidad. A menudo, sus protagonistas tienen que elegir entre sus deseos y su deber, decantándose siempre por lo segundo y sin arrepentirse nunca por ello.
Bien, creo que he superado el reto de escribir este prólogo sin hablar nada (o casi nada) de política y sí de sentimientos. El lector encontrará muchos en las líneas que siguen. Se le abre un alma en canal. Entre con cuidado.
José Manuel Bou Blanc.
“Una cruz en la arena”, “La fuerza” y “Lo ancestral”.
Hasta la última letra de mi sangre tiene trazas de oro. Derramada está. Escrito queda. Y el amor avanza. Es su destino.
Valle Sevillano.
Fragmento de “UNA CRUZ EN LA ARENA”.
“…Ese crucifijo debe estar como siempre imaginó que yacería el suyo, emergiendo y sumergiéndose de nuevo en ese inmenso y cálido mar de arena, a merced de las inclemencias del tiempo y de las personas, exactamente igual que todos los mortales. Unos están más expuestos que otros, sin duda alguna, pero nadie está a salvo. Nadie sabe cuándo puede ser la maldita hora en la que se convierta en alguien ejemplar o confirme que es sólo una persona cualquiera. Teresa conserva la fe para evitar el peligro y los malos sentimientos, pero implora valentía y fuerza para tomar las decisiones correctas cuando estos no puedan eludirse, cuando sus actos sólo dependan de ella.”
Fragmento de “LA FUERZA”.
“Les diré algo. Sólo les pertenece el modo en que viven la vida que les han regalado. El valor para vivirla tal como son radica en la fuerza.
Buenos a un lado, malos a otro. Intenten colocarse en su montón, creer sus propias mentiras y dormir en paz. Apaguen la televisión. Procuren que sus descendientes se enorgullezcan de sus actos, asegúrense de que poseen su misma fuerza, sobre todo si se sitúan donde deben, sobre todo si en el futuro tienen que escuchar que ustedes, sus seres queridos, esos que tanto amor dieron, esos cuyas tumbas están siendo profanadas, no fueron merecedores del aire que respiraban.
Les facilitaré las cosas, les recitaré una lección que jamás tuve que aprender: BONDAD. Lección primera y última: No es bueno quien baila sobre una tumba.
Vayan amontonándose donde corresponda. No sean tímidos.
En realidad les reconozco, sé quiénes son. Algunos están abatidos. La insidia amordazó su fuerza, sus ojos la contienen. Permitan que les tutee, son ustedes mis hermanos.
Vosotros, los que sabéis de qué hablo, ya no tenéis nada que temer, ya os lo han quitado todo. Los demás, los que sonríen altaneros, tendrán que enfrentarse a los vivos para —a duras penas— memorizar la lección.
Siento la franqueza. A veces es necesaria. Y no, no responderé a ninguna cuestión. No volveré a dialogar con nadie para entenderle, nadie volverá a dialogar conmigo para menospreciarme. De esas infinitas discusiones que removieron mi pensamiento nacieron las precisas acciones que curaron mi alma. Del mismo modo que algunos de ustedes decidieron que yo no era digna de este mundo, yo decidí que algunos de ustedes no eran dignos de mis explicaciones.
He hablado para mis hermanos, y no volveré a hacerlo.
Vayan con Dios. Para encontrar el camino necesitarán mucha suerte, pero pueden quedarse la mía, nunca la uso.”
Fragmento de “LO ANCESTRAL”.
“Granada. Capilla Real. Una mujer morena de pelo largo y rizado entra en ella. Acaban de ofrecerle romero en la puerta. “Morena, guapa, ten”. Declina el ofrecimiento con seriedad, pero tan respetuosamente que la anciana le regala una sonrisa. Su postura tiene aire marcial. Espera. Sus codos. Están tatuados. Llamativos adornos emergen del tosco cuerpo central de belleza incomparable al que no pueden hacer sombra, la cruz. No sabe exactamente a dónde va, pero lo sabe. El corazón le golpea el pecho. Sepulcros de mármol de Carrara. No cree que a Ella le gustasen, pero se merece la pleitesía de todo el arte del mundo. Otros que la amaban decidieron por Ella. Bien amada. Siempre es así cuando amas bien. A veces las voluntades no se consideran para poder venerar con la mesura apropiada. Junto a Él, para siempre. Junto a Granada, junto a España. Lo amado es lo sufrido y eso siempre queda cerca. Que nada se olvide. Nada puede olvidarse. San Jorge y Santiago. Jinetes victoriosos. Leones. Siempre vigilantes. Ese lugar repleto de Águilas de San Juan debería ser visita obligada en todos los centros escolares de la Nación que Ella soñó y creó. Todo el que sueña y no se duerme sabe que la realidad está en sus manos, en el yugo de su labor, en el poderío de la unión.
Baja las escaleras. La cripta. Ahí están. Ahora sí. Sobriedad. Silencio. Respeto. Honor. Se santigua. Mira el crucifijo. Agradece. Vuelve a santiguarse. Sube las escaleras. Es más fuerte ahora. Cuánto poder hay en la buena voluntad de quien sirve a un buen amo.
Continúa. Su ropa, su cofre, su cetro, su corona, su rosario… Ella los tocó infinitas veces. Esos objetos le llevan ante un cuadro de San Juan Evangelista en Patmos; el Águila le ofrece el tintero. Él escribe. Nada más podía hacer.
Suspira. Con tinta dibujaron bajo su piel también esa convicción. Su corazón, tan humilde como cualquiera capaz de acometer grandes obras, se arrodilla ante tanta certeza.
Sale. Paso firme y seguro. El camino es el mismo. Que todo el mundo conozca que el suelo que pisa pertenece a un espíritu inquebrantable. Que todos sepan que España es eterna. Una mujer así tampoco se olvida.”
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