En la primavera de 1944, cuando Moshe Ber Beck tenía tan solo diez años, los nazis invadían Hungría. Durante un buen puñado de meses estuvo escondido en Pest, en la parte este de la capital húngara antes de que él y su familia pudieran escapar. Su madre, empero, fue conducida a Auschwitz donde murió asesinada. Empezaba, junto a millones de refugiados, un largo peregrinaje por toda Europa para encontrar un hogar. En 1948 Moshe Ber Beck viajó a Palestina, donde vivió y estudió en la comunidad ultraortodoxa de Jerusalén, en Mea Shearim. Allí permaneció hasta 1967, cuando abandonó Palestina para no regresar nunca más.
Entre las múltiples expresiones de solidaridad, publicadas en las diversas plataformas de redes sociales durante la Semana de Solidaridad con Palestina, del pasado mes de noviembre de 2020, encontramos una instantánea del rabino Beck. Con casi noventa años y habiendo sobrevivido a un derrame cerebral que lo dejó parcialmente paralizado, se sentó para hacerse una foto con una bandera palestina detrás de él y sosteniendo un cartel que decía “All for Palestine” [“Todo por Palestina”]. Su trayectoria vital y devoción religiosa hacen que su compromiso con la lucha palestina por la liberación sea aún más notable. Tras dejar Jerusalén, pude conocer al rabino Beck, por vez primera, en su casa de Monsey, Nueva York. Dovid Weiss, otro conocido rabino ultraortodoxo antisionista, muy respetado y partidario de la causa palestina, me llevó a conocerlo. La familia del rabino Weiss, también de origen húngaro, fue asesinada por los nazis. “Mi padre era el menor de diez hermanos y se las arregló para escapar. Pero cuando trató de regresar para ayudar al resto, ya era demasiado tarde”. Realmente yo no sabía quién era el rabino Beck en ese momento, pero pude intuir que se trataba de rabino muy respetado y reverenciado.
Quería saber que fue lo que le hizo dejar Jerusalén. En ese momento, era un joven de familia numerosa y escasos recursos. Vivía y estudiaba en el corazón del mundo ultraortodoxo en Tierra Santa, así que me pregunté qué podría haber motivado su partida. El rabino Beck habla yiddish y un inglés muy defiiente, por lo que el rabino Weiss tuvo la amabilidad de hacer las veces de traductor. Con gestos con las manos e incluso levantando su voz, por lo demás muy atemperada, el rabino Beck dejó en claro que las razones fueron muchas por la que dejó Jerusalén y todas ellas tenían que ver directamente con el sionismo. Después de la guerra de 1967, Beck y un grupo de jóvenes rabinos devotos se percataron de que el Estado de Israel no era un hogar para los judíos.En yiddish y haciendo un gestos que apuntaban a su barba, el rabino Beck, por boca del rabino Weiss, apuntaba: “No quería que su barba y vestimenta coronaran el Estado sionista”.
Si bien es cierto que hubo sobradas razones para su partida, la gota que colmó el vaso fue la guerra israelí de 1967 contra sus vecinos árabes. Sintió la necesidad de marcharse sin importarle lo que dejaba atrás. Con cuatro hijos a su cargo y sin un céntimo, acabará, no obstante, por llegar al Reino Unido.
Herejía
El rabino Beck se animó en sus declaraciones llegando a afirmar que la idea misma de Estado sionista es una herejía. “Se marchó —apuntaba Weiss— simple y llanamente por culpa del sionismo”, llegando a la conclusión, junto a otros jóvenes rabinos, que el nuevo Estado estaba empleando todo su poder para alterar la forma de vida judía.
El anciano rabino, aparentemente frágil, explicaba apasionadamente cómo el sionismo y el Estado de Israel “desprecian y ridiculizan” los principios mismos de la fe judía y representan la “kefira” o herejía. Se negó, en definitiva, a respaldar con su presencia ese “simulacro de judaísmo”.
“Estos son nuestros muchachos”
Una historia que me contó el rabino Beck y que también escuché de su hijo, el rabino Elhonon Beck, en Londres, relata un incidente que tuvo lugar mientras el propio rabino Beck y otras personas estaban sentados en un refugio antiaéreo en Jerusalén durante la guerra de 1967. El vecindario de Mea Shearim se encuentra en un área que, hasta ese año, estaba justo en la frontera entre el Estado de Israel y la Jerusalén Oriental, controlada por Jordania. Durante la guerra, se produjeron intensos combates en esa zona y la gente, apiñada en los refugios antiaéreos, podía escuchar los atronadores sonidos de disparos y explosiones.
En un momento dado, escucharon aviones de combate volando sobre sus cabezas cuando un hombre entró en el refugio y, queriendo tranquilizar a los demás, dijo: “No se preocupen, estos son nuestros”. Esta frase era algo que el rabino Beck y sus compañeros rabinos no pudieron soportar. Que los judíos religiosos tuvieran algo que ver con los aviones de combate israelíes y que éstos fueran “nuestros”. El Estado sionista y su ejército eran un anatema para ellos y fue en ese momento cuando varios de los presentes decidieron que era hora de salir del país. “No querían que sus hijos crecieran en esa atmósfera en la que los judíos religiosos tuvieran que sentirse coprometidos con las acciones del ejército sionista”.
La campaña de propaganda israelí que siguió a la guerra fue que los judíos religiosos comenzaron a creer que la victoria israelí era algo así como una suerte de milagro. Israel atizó el mito de que se había enfrentado a la abrumadora fuerza de los ejércitos árabes y, milagrosamente, pudo derrotarlos a todos. Beck y otros rabinos percibieron esta mentira como una herejía, la mentira de que “la victoria sionista era vista como un milagro”.
Desde la azotea de su Yeshivá [1], llamada “Torah Veyir’a”, una famosa Yeshivá antisionista sita en Jerusalén, “se podía ver la parte árabe de Jerusalén, que incluye la Ciudad Vieja”. Antes de 1967 uno podía mirar en aquella dirección sin sentir “una sensación de falso poder”, falso poder que el rabino Beck aborrece. De ninguna manera quiso que sus hijos crecieran en una atmósfera que idolatrara ese tipo de poder.
Un ambiente peligroso
—¿Fue peligroso para usted vivir allí? —le preguntó el rabino Weiss.
—¿Has visto a la policía golpear a la gente? —replicó el rabino Beck.
El rabino Beck fue golpeado y arrestado por la policía israelí en muchas ocasiones durante las protestas contra el Estado sionista o mientras pegaba carteles antisionistas en las paredes. “El peligro nunca fueron los árabes, solo los sionistas”, agregó.
Cuando la policía israelí entra en barrios ultraortodoxos, lo hace con toda su fuerza. La policía antidisturbios y a menudo montada a caballo pisotean a las personas sin importar la vida o la seguridad de los residentes. Lo que uno ve durante las marchas y protestas es desgarrador. Solo en Israel se trata a los judíos religiosos con tal desprecio y violencia.
Cuando visité la sinagoga del rabino Beck en Monsey, un viernes por la noche, vi a docenas de judíos religiosos rezando. Es un lugar modesto y, en una de las paredes, cuelga un gran cartel denunciando el sionismo y sus rasgos heréticos y antijudíos.
Apoyo a Palestina
Esta expresión de solidaridad del rabino Beck no era extraordinaria. En 2018 hablé en un mitin en Brooklyn y lo vi sentado entre otros miembros de la comunidad que vinieron a expresar su solidaridad.
La propaganda sionista lanzada regularmente contra los judíos ultraortodoxos que rechazan el sionismo y el Estado de Israel, los presentan como unos fanáticos irrelevantes.
Si bien su número no es, desde luego, significativo, sus acciones ciertamente valiosas. Cuando un miembro de esa comunidad rinde homenaje a una familia palestina que perdió a un ser querido a manos de un soldado israelí o le da la mano a un prisionero palestino en huelga de hambre, o incluso un gesto tan simple como el de un rabino de 87 años firmando un manifiesto para expresar solidaridad con Palestina, llegan muy lejos. Nos recuerda a todos que en Palestina antes de la invasión sionista, la gente vivía en paz, con mutuo respeto. Hay objetivos comunes que nos unen.
Nota
[1] Yeshivá, centro de estudios de la Torá y del Talmud.
Fuente: Mint Press News [16/12/2020]. https://www.mintpressnews.com/rabbi-moshe-ber-beck-endured-century-of-struggle-for-his-beliefs/273685/
Traducción: Juantxo García
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