Siempre que aparece un conflicto armado en algún punto del planeta, ya sea a gran escala o de baja intensidad, alguien suele vomitarnos —supongo que con toda su buena voluntad— el sobado tópico de que la primera víctima es la verdad, y no seré yo quien diga que el socorrido chascarrillo sea mentira.
En un mundo como el nuestro, bien entrado el siglo XXI, que posee ya una inquietante y gruesa pátina distópico-totalitaria sobre la epidermis de la sociedad, la verdad se ve abocada sin misericordia a ser trinchada. Así, el llamado alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, Pepe Borrell se atrevió a decir hace unos días que «haciendo esto, no atacamos la libertad de expresión, sino que la protegemos». «Esto» no era otra cosa que la prohibición, en el «jardín democrático» de Eurolandia, del quehacer de los distintos medios de comunicación rusos, en especial de las cadenas «Russia Today» y «Sputnik».
Y añadía el nativo más célebre, con toda seguridad, de Pobla de Segur que «tengo la sensación de que no hacemos lo suficiente, que tenemos que avanzar». Avanzar, ¿en qué sentido, Pepe? ¿Tal vez en embutirnos en un mono de color naranja y llevarnos a Guantánamo a quienes, fuera de horario laboral, tenemos que hacer cada día encaje de bolillos, a través de la red de redes, para leer, escuchar y ver lo que dicen esos endemoniados vástagos del soviet para tener otra visión de los acontecimientos?
No estoy muy seguro de que los rusos jueguen limpio en este fregado que está socavando —entre otras cosas— las cuentas corrientes de los europeos, pero sí tengo la certeza de que a este lado se miente más que se habla. Basta con una sumaria —y hasta tontorrona— visión de los acontecimientos para darnos cuenta de que Pepe, sus colegas de sarao y los aparatos mediáticos que siguen sus dictados con fidelidad sectaria nos engañan como a niños de veinte años.
Durante estos meses de guerra en el Donbass hemos visto a Putin enfermo de cáncer —¿de próstata?—, a punto de ser trinchado por sus más dilectos oligarcas, envenenado por una arpía y despechada ama de llaves tipo señora Danvers —la inolvidanle «mala» del largometraje «Rebeca»—, e incluso a un doble del presidente de la Federación Rusa que pulula por ahí, habida cuenta que el auténtico es ya un fiambre criando malvas… Y todo esto sin entrar en las cosas propias del campo de batalla, porque ya saben ustedes que el trío de las Azores —George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar— tuvo a bien en su momento adoctrinarnos sobre que fregasuelos, matacucarachas y ambientador del váter de Saddan Hussein, eran letales armas químicas que, convenientemente combinadas, pretendían acabar con nuestras libertades, el chalet de la playa del Postiguet y hasta con la lotería de Navidad…
Después de contarnos, hasta hacérsenos bola en la garganta, que el «Nord Stream» fue dinamitado por el malvado Vladimir Vladimirovich —no se sabe muy bien por qué para qué—, ahora nos hemos encontrado con el que periodista norteamericano y premio «Pullitzer» Seymour Hersh ha señalado, sin ambages, a Washington como responsable directo de esta enésima ceremonia de terrorismo de Estado [*]. Pues bien, acto seguido Hersh ha pasado de convertirse para el serísimo semanario alemán «Der Spiegel» de un «legendario periodista de investigación», allá por 2016, a un «polémico periodista» hogaño.
Son cosas, oiga, del relato de INGSOC.
Nota
[*] Si tiene tiempo y ganas puede usted leer el artículo de denuncia de Seymour Hersh, en español, en el siguiente enlace: https://ctxt.es/es/20230201/Politica/42111/Seymour-Hersh-Estados-Unidos-explosion-nord-stream-guerra-Rusia-energia-Alemania-Biden.htm
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