Entre finales siglo XVI y principios del XVII Shakespeare compuso la pieza teatral “Hamlet”, tragedia en la que aparece la famosa frase “algo huele a podrido [o mal] en Dinamarca”, que pronuncia el atribulado ujier Marcelo dirigida al príncipe.
Es una coletilla que ha quedado para diferentes saraos políticos de todo tipo a lo largo del tiempo y que, en el caso de la guerra entre Ucrania y Rusia, viene como anillo al dedo.
Se supone que, sobre el papel, los ofendiditos europeos del oeste habíamos tomado la decisión de castigar al pérfido Vladimir Vladimirovich Putin con no comparle ni un solo galón de petróleo, ni solo metro cúbico de gas.
Sí, pero no.
Los días y las semanas pasaron y el petróleo y el gas ruso siguieron fluyendo (exquisito término), aunque cada vez en menor volumen para desgracia de los occidentalitos de todo pelaje y condición. Basta pasarse por la gasolinera o por el súper de la esquina para enterarnos de qué va la película.
La guerra entre Ucrania y Rusia está hilvanada de infinidad de embustes. Embustes tan grandes como aquel impactante tic-toc de comienzos de la invasión, en el que se veía cómo un simpático gitano azuzaba a un jamelgo que arrastraba un vehículo blindado… heroicamente capturado a los chicos de la enigmática “Z”. La guerra entre Ucrania y Rusia ha sido un descomunal potaje de mentiras, un desmesurado monumento a la desinformación, tan grosero, tan grosero, que ni siquiera la sociedad del espectáculo ha sido capaz de dejarnos ver “Russia Today” y oír “Sputnik”.
Barcos turcos y de otras nacionalidades cargando y descargando en alta mar combustible y países que, de repente, se convierten en potencias petroleras de primer orden.
Al grano.
Según informaba la semana pasada la cadena de televisión norteamericana Bloomberg, tras consultar a varios expertos (entre los que no se encontraba el doctor César Carballo, doy fe), el gobierno de Estonia, uno de los más rampantes abanderados de la grey democrática, embarcada en soñar en convertir las estepas rusas en un parque temático de cabreros y e hilanderas, ha estado comprando en secreto petróleo y gas al enemigo, para después remitirlo a Arabia Saudita donde ser convenientemente refinados. Nada original, por otra parte, pues si hay un país campeonísimo en esos menesteres de blanqueo es justamente la India.
Durante los cien primeros días de guerra se calcula que Moscú (o sea, los “malos”), se ha embolsado 97.000 millones de dólares USA en exportaciones de petróleo y gas. Desconozco si en esa cifra entra lo firmado entre caballeros más el extraperlo o si el extraperlo figura en la contabilidad B, tarea que queda para los historiadores.
Muchas aristas de esta guerra huelen mal. Occidente (incluidos los reinos de Dinamarca y España) hiede.
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