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La perplejidad de «Der Spiegel»

12/08/2022

Pasa por ser el semanario con mayor difusión en todo el continente y Wikipedia asegura que se imprimen cada semana un millón de ejemplares, lo cual no es moco de pavo en un momento en el que pintan bastos para el papel impreso.
En el número del pasado sábado 6 de agosto, «Der Spiegel» sacaba a pasear una portada que, sin duda, habrá inquietado a más de un parroquiano de la (a)normalidad que vivimos en esa cárcel de gentes, bienes y servicios que se hace llamar Unión Europea. «Él es el pueblo. Por qué tantos rusos apoyan la guerra de Putin» es el titular que aparece bajo un prójimo anónimo que pasea por una calle, enfundado en una sudadera con la imagen de Vladimir Putin —encorbatado— sobre los colores de la bandera de la Federación Rusa.
Y lo curioso de la cosa es que a esta conclusión llegan los perodistas alemanes después de dedicarse a entrevistar a figuras —¿o deberíamos decir figuritas?— de la oposición en Moscú. ¿Qué hubiera sido de esta perplejidad si los reporteros, en lugar de poner el micrófono a disposición del quintacolumnismo sorista-neoliberal, se hubieran dedicado a entrevistar a ciudadanos rusos de los territorios liberados de Donetsk y Lugansk?
El bloque de los partidos rusos —porque Rusia, le guste o no al señor Borrell y a esa señora muy de peluquería llamada Úrsula, es una democracia parlamentaria de partidos políticos— apoyan eso que se ha dado en llamar «Operación Especial». Pero también lo hace, y esto es lo que más les pudre las entrañas a los de la milonga «Rusia es culpable», la gente corriente de la calle. ¿Y por qué está sucediendo eso y de esa manera? Hasta cierto punto es muy sencillo de explicar. Digamos que en Occidente estamos siendo gobernados por una partida de enloquecidos siervos del agendismo, sumisos a los auténticos poderes mundialistas, mientras que en la Federación Rusa tienen la inmensa fortuna de contar con una sólida pléyade de dirigentes políticos capitaneados por un verdadero jefe de Estado, por un auténtico patriota, por un indivíduo que, desde 1999, ha puesto en práctica la idea de que la soberanía nacional es un valor que hay que defender siempre y, además, hay que hacerlo con el puñal entre los dientes, para que a nadie le quede la menor duda.
Mientras tanto, los voceros de Eurolandia, embriagados por el flautista de Hamelin-OTAN y haciendo de la libertad de expresión un desdichado guiñapo, se lanzan a propalar toda una serie de ensoñaciones y embustes, cuando no directamente escupitajos xenófobos, contra Rusia y los rusos, en la paranoide creencia de que los carros de combate y los misiles de Putin, bajo las consignas del marxismo-leninismo, tendrían como objetivo último arrancarnos de acuajo el paraíso —fútbol de fin de semana incluido— en el que chapoteamos. No, no fue Putin el que dijo aquello de que «no tendréis nada y seréis felices». Las intenciones del agendismo, por el contrario, sí que hieden a comunismo neomalthusiano.

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