Frases como “hasta aquí hemos llegado” o “ya está bien” no dejan de oírse estos días y desde hace mucho en nuestro país. El cansancio de una gestión ridículamente nefasta y las ideas delirantes de todos nuestros gobernantes han llevado a agotar la paciencia de la mayoría de los españoles. Incluso muchos han llegado a la desesperada situación de debatirse entre el cumplimiento de las medidas sanitarias (cuyos efectos no vemos) y trabajar, a menudo en negro, para poder subsistir.
Sin embargo, esa pérdida de paciencia no se está traduciendo en una oposición poderosa y organizada contra el desgobierno, sino que estamos optando por la picaresca. Se acata, pero no se cumple. Es un caso absolutamente anarquizante y llena de orgullo al que se salta a la torera las medidas impuestas, pero sólo es eso, vanagloria y además puede poner en peligro a sus compatriotas. Para más inri, se trata de una falsa sensación de libertad ya que, o la libertada alcanza a todos los miembros de la comunidad o es un privilegio. En definitiva, ser el espabilado no te hace más inteligente ni más libre, sino un egoísta. Las repuestas a la opresión han de ser comunes.
Por eso pienso que décadas de disolución y lavados de cerebro nos han vaciado de cualquier vínculo comunitario que pueda servir para oponerse a los poderosos. Vemos que no hay nada detrás de la rabia, no hay fuerza, proyecto o movimiento. Nos han reducido a individuos y cuando se acaba la paciencia, lo único que queda es el abatimiento, la soledad y el nihilismo, siendo igual de esclavo que antes de perder a paciencia, pero ahora más infeliz.
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