Esta semana los valencianos hemos tenido la desagradable sorpresa de levantarnos con la repugnante imagen de una pancarta de apología de Stalin colocada en el balcón del Ayuntamiento por un minúsculo grupo extremista, pero con la más grave cooperación pasiva del propio consistorio, cuyos partidos en el poder todavía no han condenado el lamentable hecho.
Además de la hipocresía que supone la continua persecución, hasta la histeria, de cualquier muestra simbólica de lo que ellos consideren “ultraderecha”, llegando a cuestionar libertades públicas como la de expresión o derechos básicos como el respeto a los difuntos en sus aquelarres de profanación de restos en el Valle de los Caídos, compatible con su indiferencia más dolorosa cuando se hace apología directa del mayor criminal y genocida de la historia de la humanidad (tal vez en directa competencia con el también comunista Mao), estos hechos son de excepcional gravedad por varios motivos.
La pancarta pretendía reivindicar al tirano con motivo de la equiparación de nazismo y estalinismo en la jornada contra el totalitarismo de la UE. En realidad, la designación de “estalinismo” y no, simplemente, de comunismo, ya había sido un éxito para el extremismo de izquierda y una manera de falsear la propuesta de Hungría y Polonia, países que han sufrido dicha tiranía en la historia reciente, de recordar a las víctimas con la misma dignidad y no en función del bando que las victimizó.
En realidad, el estalinismo solo fue leninismo y trotskismo aplicado, y no es solo Stalin quien debe ser recordado como tirano y genocida, sino todo el régimen soviético, de modo que cualquier intento de blanquearlo nos debe resultar repugnante. Pero es que ni con esa treta se quedan contentos nuestros extremistas locales, sino que además exigen, con la impunidad que les da su falsa rebeldía, en realidad al servicio del globalismo imperante, la reivindicación del gran tirano, del Gran Hermano de Orwell, del padre de los gulags, del exterminador por hambre de millones de ucranianos en el Holomodor.
Las potencias comunistas estuvieron entre las vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, y solo fueron parcialmente derrotadas con el fin de la Guerra Fría, de modo que el comunismo no sufrió, pese a ser la ideología en cuyo nombre, objetivamente, se han cometido más crímenes y genocidios, la misma satanización que el fascismo, sino que fue integrada en las democracias liberales europeas a través de sus partidos comunistas. En su mayor parte, estos desaparecieron o se reconvirtieron en socialistas tras la caída del Muro de Berlín, pero el Partido Comunista de España persistió como núcleo central de la coalición Izquierda Unida, integrada en la actualidad en la candidatura de Unidas Podemos y con representación en el gobierno de España. Indudablemente, la izquierda occidental bebió del marxismo desde sus mismos orígenes.
Por otra parte, el movimiento hippie en Estados Unidos y el mayo del 68 francés en Europa, determinaron un punto de inflexión a partir del cual la izquierda occidental dejaba de tomar como base de sus políticas a las masas proletarias, a los trabajadores asalariados y a los económicamente más desfavorecidos, para centrarse en las llamadas “políticas de identidad” en virtud de las cuales su nuevo objeto de acción eran los urbanitas pijo-progres de clase alta y media-alta, sin problemas socio-económicos reales y obsesionados con el sexo y las drogas. Así e influenciados por el marxismo cultural procedente de la Escuela de Frankfurt, que combinó las teorías de Marx con las de Freud, la nueva izquierda líquida abrazó las causas feministas, homosexualistas, indigenistas e, incluso, animalistas dejando de lado a los perjudicados por la globalización y por la pérdida de bienestar consecuente a las políticas de deslocalización e inmigración masiva de las últimas décadas.
Esto no los hace menos peligroso, sino probablemente más. No, claro, para los poderes económicos capitalistas, para los que la extrema izquierda actual representa a sus tontos útiles o a sus perros rabiosos, dispuestos a morder con su odio ciego a quien cuestione sus dogmas, pero sí para las clases medias y el conjunto de la sociedad.
Han aceptado, con más o menos intensidad, el individualismo liberal en su versión posmoderna, que trata al hombre como mero consumidor, siendo, por tanto, títeres del capitalismo más salvaje, pero siguen teniendo en común con su comunismo fundacional, del que descienden en línea directa, un desprecio abismal por la libertad y la dignidad humana, un cerrado dogmatismo y una pasmosa facilidad para recurrir a la violencia en defensa de sus postulados, el odio clasista al que suman la inquina contra la sociedad tradicional, que ellos rebautizan como “heteropatriarcal”.
Frente a esa agresión y demostrando que ninguna de sus acciones va a quedar sin respuesta, Valentia Forum colocó con una pancarta que reflejaba el sentir de la inmensa mayoría de valencianos. Porque no lograran callarnos ni que aceptemos su tiranía.
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