Con ocasión del reciente estreno en el Teatro Real de Madrid de la producción de Robert Carsen de Götterdämmerun (El Ocaso de los dioses), la jornada que cierra la tetralogía del Anillo de los Nibelungos, he creído oportuno presentar unas escuetas consideraciones acerca de Wagner y el entorno llamado «identitario». Por todos es sabido la relación entre la obra de Richard Wagner y movimientos políticos del s.XX. No es mi intención plantear un Wagner totalmente ajeno a ciertos aspectos de dichas ideologías, pero, no obstante, si quería señalar que el factor identitario ha tomado en muchas ocasiones aspectos muy superficiales de Wagner convirtiéndolo en una especie de ídolo mesiánico de la cultura Europea.
Realmente la obra de Wagner es mucho más sería que las frases rimbombantes fáciles y los lugares comunes. Ni Wagner es el dios de la música, ni el elemento nacional es esencial en su obra, ni es un reflejo fiel de la tragedia griega. Richard Wagner es uno de los mayores compositores de la historia, a mi entender, el que mejor conjugó melodías y armonías casi de vanguardia y un excelente poeta. También creo que refuerza y eleva como una aportación más el acervo cultural europeo. Pero no obstante, también es cierto que musicalmente tiene «vicios franceses e italianos» que sus admiradores digamos del estilo cedade, han pasado por alto como un motivo de reproche. Lo cierto es que los ambientes neo o pseudo nacional.-socialistas han reparado más en una versión de Wagner ya dado por un régimen político extinto sin analizar su figura desde el prisma del lenguaje músical o dramático. No hay en sus juicios curiosidad alguna, tan sólo la reiteración de aseveraciones muy dicutibles, además de una afición muy «friki» a las historias de vikingos, martillos de Thor y lobos aullando en la noche.
No, Wagner no puede ser encorsetado, lo mismo que no puede ser relativizado. Invito a acercarse a su obra desde la humildad y por el amor puro a la música, y no porque «toca».
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