La oleada de demagogia feministoide que desataron las sentencias de los casos de la manada de los San Fermines y de los jugadores de la Arandina amenazó llevarse por delante la presunción de inocencia de los hombres, sustituir los tribunales de justicia por turbas callejeras y, en definitiva, inmolar todo nuestro sistema judicial en el altar del feminismo de género.
Tuvimos grupúsculos feministas extremistas afines al PSOE, a Podemos y, en el Reino de Valencia, a Compromis gritando “yo si te creo, hermana”, “no es abuso, es violación” y haciendo la coreografía de “el violador eres tú” delante de los tribunales de justicia y de las asociaciones culturales de tendencia ajena a sus delirios que nada, obviamente, habían tenido que ver con el tema.
Particularmente, en el caso de la Arandina, se vivió una vergonzosa persecución mediática, por parte de políticos podemitas y, en el Reino de Valencia, de pseudoperiodistas afines a Compromis, contra cualquiera que criticase esa sentencia, con amenazas de procesos penales (que, por supuesto, nunca tuvieron lugar) incluso contra sujetos privados que no eran personas públicas. Recordemos que, en este caso, existían unos audios de la víctima diciendo que iba a mentir y que se lo iba a inventar. Cuando la famosa sentencia fue revocada por el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León se demostró que los críticos tenían razón, pero ninguno de esos pseudoperiodistas pidió disculpas por sus amenazas.
Con estos antecedentes llegamos al caso del marido de la vicepresidenta del Consell y líder de Compromis Mónica Oltra. Ya el caso de las menores tuteladas de Baleares prostituidas que Podemos se había negado a investigar había puesto de relieve la hipocresía del feminismo ideologizado, pero el caso valenciano resulta todavía más sangrante por el parentesco del abusador con la máxima responsable de la consellería con competencias sobre las menores tuteladas y por el encubrimiento que lo acompañó.
Cuando Teresa, la niña abusada, denunció los hechos, nadie en el centro la creyó ni se molestó en investigarlo. Tuvo que intervenir la policía para que el procedimiento siguiera adelante. Las irregularidades no se hicieron esperar hasta el punto de ordenar que se esposara a la víctima para trasladarla al juzgado en lugar de al agresor. Finalmente, el entonces marido de Oltra fue condenado, pero permanecieron las dudas sobre el posible encubrimiento de los responsables del centro y de la consellería y, en última instancia, de su mujer.
Tanto la acusación particular como la popular, a cuyos responsables felicitamos, no desfallecieron y estos días hemos conocido la petición del juez instructor de imputar a Mónica Oltra por el caso. Lejos de arredrarse, la estrategia de la vicepresidenta del Consell es atribuir todo el caso a una conspiración de la ultraderecha ¿Cuantas veces podrá funcionarle esta táctica sin caer en el ridículo? La misma Mónica Oltra que se paseaba con camisetas con Camps entre rejas o con carteles de “se busca” y exigía su dimisión, se niega ahora a dimitir sumando a su vileza la hipocresía.
¿Dónde están en este caso las feministas? No las hemos visto con sus estrafalarios bailes en casa de Mónica Oltra ni en el Palau de la Generalitat. ¿Quiénes han demostrado ser los defensores de los violadores de niñas? A esta hermana no la creyeron. Olvidaron en sus eslóganes precisar: No es abuso, es violación, salvo si el violador es de nuestro partido. Hermana, yo sí te creo, salvo que acuses al marido de nuestra jefa. Las feministas de género demuestran, una vez más, que no les importa el dolor de las mujeres, que tan solo lo utilizan para vendernos su ideología averiada y bastarda. Y eso es repugnante.
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