Cuando aún estamos estremecidos por la pandemia de Covid-19, que ha costado centenares de miles de vidas, más de 40.000 de ellas en España, la nación con más muertos por millón de habitantes (mientras la prensa española se preocupa de la gestión sanitaria de la crisis en Brasil o Estados Unidos, pero no de como las manifestaciones feministas del 8 de marzo retrasaron decisiones y aumentaron las víctimas en nuestro país), una nueva pandemia de estupidez y odio al pasado, desafía las restricciones sanitarias para lanzarse a la vandalización y el derribo de estatuas, en un episodio de iconoclastia adanista digno de estudio.
Según lo que vemos en la tele, el Coronavirus debe ser un virus mágico, que solo se contagia en las manifestaciones críticas con los gobiernos de izquierdas, pero no en las feministas o las del Black Lives Matter.
Esta fobia a las estatuas que les ha entrado a algunos de repente revela un cambio cultural importante. Algunas de las estatuas merecían ser derribadas, como la del genocida de Leopoldo de Bélgica, la mayoría no, pero eso es lo de menos. Que las turbas enfurecidas ataquen monumentos y que las autoridades lo consientan, porque en el fondo están de acuerdo con la ideología totalitaria que esconden, de criminalización del pasado y de la Civilización europea-occidental-cristiana, es el símbolo más claro de decadencia que se nos podía ocurrir.
Famosos como el piloto Lewis Hamilton animaron la barbarie, llamando a no dejar en pie figuras de “esclavistas”. De modo que un negro millonario llama a derribar estatuas y en lugar de meterlo en la cárcel por incitar a la violencia, la prensa lo hace santo. Porque claro, mientras perseguimos discriminaciones imaginarias entre blancos y negros, no nos acordamos de las muy reales entre ricos y pobres, y, sino, observemos a Hamilton, un auténtico privilegiado que nunca pasará por los apuros de tantas y tantas personas de clase media, de todas las razas, blancos incluidos, todos los días, para salir adelante, dando lecciones con superioridad moral impostada.
Pero, evidentemente, los ataques no se limitaron a dueños de esclavos y generales de la Confederación, sino que pronto adquirieron un sospechoso tufo hispanófobo y negrolegendario. Así, el que un policía estadounidense, protestante y anglosajón matase accidentalmente a un detenido negro en un claro abuso policial terminó provocando el derribo de… estatuas de Colón… y después de Isabel la Católica, Fray Junipero Serra y, hasta, la vandalización de una de Cervantes, que no solo no era precisamente esclavista, sino que, de hecho, fue esclavo en Argel.
Sonroja un poco observar cómo, en estos tiempos de antirracismo institucionalizado, repleto de sobrecompensaciones absurdas y un celo enfermizo por perseguir cualquier expresión de pensamiento libre que no encaje con el multiculturalismo impuesto por las élites, no se repare en el evidente supremacismo racial o religioso, del argumentario antiespañol implícito en la leyenda negra y manejado tanto por liberales protestantes extranjeros, como por indigenistas en Hispanoamérica y por izquierdistas y separatistas dentro de la propia España.
La iconoclastia contra estatuas y monumentos se ve complementada en España por campañas para prohibir los Conguitos ¿por racistas? o unas placas para niños con princesas y piratas, por ¿sexistas?
En la novela 1984 detienen a uno de los personajes por criticar al Gran Hermano en sueños. Parece que no falta mucho para que en nuestra sociedad metan a alguien en la cárcel por ser racista o machista en sueños. Ya no solo se persiguen el racismo o el machismo conscientes, sino que se empiezan a perseguir pseudoracismos o pseudosexismos inconscientes que, evidentemente, carecen de intencionalidad discriminatoria, como los conguitos, las placas para niños de princesas y piratas, etc., un signo claro de la deriva totalitaria de nuestro sistema político.
Con todos estos ingredientes: adanismo, odio al pasado, decadencia y tics totalitarios, difícil resulta que saga un buen guiso. De lo que estamos seguros es que vienen tiempos interesantes para seguir en la lucha.
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