Podemos elucubrar sobre la conveniencia o no de derribar estatuas, pero es difícil argumentar que las protestas masivas no tengan propósito útil alguno. Cuando menos, provocan debates y llaman la atención sobre temas incómodos que, de otro modo, sería más fácil soslayar. Las recientes protestas nos han obligado a todos a tener discusiones enrevesadas sobre cuestiones como la raza, las clases sociales, la pobreza y la promoción personal. Cualquier examen medianamente serio de las estadísticas muestra que estamos bastante lejos de llegar a la igualdad, pero lo que las cifras también nos muestran es que es un error agrupar a grupos de personas muy diferentes entre sí. En este ambiente, los políticos tienden, con no poca laxitud, a pensar que todas los negros, asiáticos y otras etnias minoritarias [BAME, en inglés] son iguales y que, en contraposición, los blancos tienen los mismos privilegios. Pero una perspicaz mirada a los datos estadísticos muestra, no sólo que hay una diferencia notable dentro de los grupos BAME, sino que uno de los más perjudicados es precisamente el de los niños de la clase trabajadora blanca: el grupo demográfico olvidado.
En principio, puede ser importante comparar diversos grupos sociales a la hora de abordar cuestiones como la educación y el éxito en la vida, pero si queremos ayudar a los más desfavorecidos, tenemos que saber quién es quién, y quiénes realmente se están atrás. En el Reino Unido, los británicos procedentes de Bangladesh tienen un promedio de ingresos un 20% por ciento menos que los blancos, pero aquellos de origen indú ganan un 12% más. Los británicos negros ganan un 9% menos, pero los chinos ganan un 30% más. Lo que nos están diciendo estas diferencias es que los empleadores no discriminan sistemáticamente entre las personas en función del color de su piel, y que con toda seguridad tenemos que buscar en otra parte para llegar a las raíces de la desigualdad.
UCAS, el servicio de admisión de las universidades británicas, nos proporciona una importante visión sobre estos problemas: es el único organismo que reúne información detallada sobre todos los solicitantes de la universidad, tanto por edad, como por género, barrio o población y centro escolar de procedencia. Los datos se recopilan sobre quiénes solicitaron la admisión, quiénes fueron rechazados y quiénes los admitidos, y su compilación se renueva detalladamente cada año.
Los datos muestran resultados predecibles: existe una brecha entre ricos y pobres, como era de esperar en un sistema como el del Reino Unido donde las mejores escuelas tienden a ubicarse en las áreas más ricas. Pero también hay datos sorprendentes: casi la mitad de los niños elegibles para recibir comidas gratuitas en el centro de Londres van a la educación superior, pero en el resto del país, fuera del área metropolitana de Londres, el porcentaje es sólo el 26%.
Los niños negros de procedencia africana británicos superan a los niños blancos, mientras que los niños negros del Caribe tienden a tener peores resultados. Las niñas chinas pobres (es decir, aquellas que tienen comedores escolares gratuitos) obtienen mejores resultados que los niños blancos ricos. Pero, curiosamente, el grupo étnico con menos probabilidades de ingresar a la universidad son los adolescentes blancos. Con la única excepción de los gitanos, cada grupo étnico llega a la universidad con tasas más altas que los británicos blancos y, de los británicos blancos que consiguen llegar a la universidad, la mayoría son de clase media y el 57% mujeres. El grupo social con menos probabilidad para llegar a la educación superior son los niños blancos pobres. Sólo el 13% de ellos llega la educación superior, porcentaje inferior al de cualquier grupo étnico, ya sea negro o asiático.
Esta es una tendencia que también se puede observar en los datos sobre Certificado General de Educación Secundaria [GCSE, en inglés]: sólo el 17% de los alumnos blancos británicos elegibles para comidas escolares gratuitas logran buenos resultados en lengua inglesa y matemáticas. Los estudiantes clasificados de procedencia de Bangladesh, negros de procedencia africana e indúes tienen más del doble de probabilidades de tener buenos resultados. En 2007, en el sector educativo estatal pudo observarse que el 23% de los estudiantes negros lograron dar el salto a la educación superior, frente al 22% de los blancos. Casi lo mismo. Sin embargo, en el último recuento, de 2018, la brecha se había ampliado en 11 puntos (41% para los estudiantes negros, 30% para los blancos). Los niños de la clase trabajadora blanca se están alejando de sus compañeros y en peligro quedarse en el camino.
Ir a la universidad no es el dorado cheque en blanco de otros tiempos, pero tampoco es menos cierto que siete de cada ocho niños blancos pobres no pueden asumir los costes de la educación superior, por lo que por lo común eligen montar sus propios negocios. Es asombroso contemplar las cifras de los chavales que dejan la escuela, y las perspectivas de aquellos que apenas saben leer y escribir son terribles, haciéndonos una idea de las consecuencias que pueden tener aquellos que se “han quedado atrás”: el desempleo, la criminalidad y las “muertes por desesperación” son significativamente más altos que el promedio nacional.
Angus Deaton, un economista escocés de Universidad de Princeton, Premio Nobel en 2015, se le ocurrió el término “muertes de desesperación” cuando llevó a cabo un examen demografico de las personas atrapadas en el alcoholismo, la depresión y el consumo de drogas. Descubrió que los suicidios entre los blancos aumentaban y que los que se suicidaban solían ser pobres y de una educación de pésima calidad. Su libro, recientemente publicado sobre esta cuestión, “Deaths of Despair and the Future of Capitalism” [“Muertes de desesperación y el futuro del capitalismo”, coautor junto a Anne Case, Princeton University Press, 2020], entra de lleno en la devastadora historia de lo que él llama “el declive de la calidad de vida de la clase trabajadora blanca en el último medio siglo”.
Paradójicamente, aunque los hijos blancos de la clase trabajadora son la minoría desfavorecida más grande, su causa atrae muy poco interés. En la pirámide interseccional de la victimización, los blancos están en la parte inferior de y siempre acompañados de tópicos como “masculinidad tóxica” o “privilegios de los blancos”, y todo ellos a pesar de que en Gran Bretaña la clase social siempre ha sido el indicador más significativo de los verdaderos privilegios. Resulta, además, verdaderamente inquietante que cualquiera que intente “acción positiva” alguna en nombre de los niños blancos pobres se enfrente a una reacción hostil. El pasado año, las universidades de Dulwich y Winchester rechazaron un legado de más de 1,25 millones de dólares USA, porque el donante, Sir Bryan Thwaites, quería que el dinero fuese destinado para becas para niños blancos hijos de la clase trabajadora. Peter Lampl, fundador de Sutton Trust, una organización benéfica una de cuyas misones es mejorar la movilidad social, describió la oferta de Thwaites como “obnoxious” [“odiosa”].
Cuando Ben Bradley, el diputado conservador por Mansfield, trató de hacer una pregunta referente a la “igualdad” de los niños blancos hijos de la clase trabajadora en el parlamento a principios de este año, la “Table Office” [registro de entrada] no lo admitió porque dichos niños no tienen ninguna “protected characteristics” [“características protegidas”]. El concepto de “características protegidas” se introdujo en el Reino Unido gracias a la Ley de Igualdad de Harriet Harman, hace diez años, y los conservadores, entonces en la oposición, votaron a favor. Entre las nueve características protegidas figuran la raza, el sexo y la orientación sexual, pero el registro de entrada del Parlamento sólo las interpreta como como “no blanco”, “femenino” y “homosexual”.
Según la Ley de igualdad, la “discriminación positiva” sería ilegal, pero no así el concepto de “acción positiva”. Las empresas británicas no pueden tener cuotas, pero pueden establecer objetivos. Los empleadores no pueden rechazar solicitudes de empleo de personas que carecen de características protegidas, pero las “solicitudes son particularmente bienvenidas” cuando los candidatos son BAME, mujeres o LGTBIQ, enviándose así un clarísimo mensaje a la sociedad.
En 2016, la BBC prometió que la mitad de sus empleados y mandos serían mujeres para 2020, a pesar de que menos del 40% de los trabajadores a tiempo completo de Gran Bretaña sean mujeres. También estableció un objetivo del 8% para los empleados LGTBIQ, aunque sólo alrededor del 2% de la población británica se identifique como LGTBIQ. Este objetivo se ha superado ampliamente, al igual que el objetivo de tener el 15% de los empleados BAME. A raíz de las protestas del movimiento “Black Lives Matter”, el mes pasado, la corporación elevó este objetivo al 20%.
La BBC admite que las personas de “hogares de ingresos bajos e intermedios” están muy poco representadas en su fuerza laboral. ¿Qué se hace al respecto? A principios de este mes, la Universidad de Oxford informó ufana que estaba haciendo un “progreso constante” en sus esfuerzos por hacer que sus campus sean “representativos de la sociedad en general”. Por lo que respecta a estudiantes británicos, sólo el 14% provenía de las franjas más pobres del país.
Todo ello se ajusta a un patrón previamente establecido: en un momento dado, sí, podemos oír hablar de los “blancos pobres”, pero ahí se queda del problema. El bajo rendimiento de los niños y los problemas de los hombres blancos no se consideran problemas que valga la pena resolver. Cuando surgen cifras que muestran las brechas de logros, el eco dura aproximadamente un día. “Siempre hay algunos titulares”, afirma Mary Curnock Cook, la exdirectora de UCAS. “Nunca hubo atracción alguna por la formulación de políticas gubernamentales al respecto. Comencé a pensar que el tema de los niños blancos es demasiado complicado para ellos, dada la politización generada por el feminismo y la igualdad de las mujeres”.
Cuando le pregunté a un maestro por qué los niños blancos de la clase trabajadora se habían retrasado tanto, él me respondió sucintamente: las niñas se portan mejor y los padres inmigrantes son estrictos. Se trata, sin duda, de una generalización pero aún así se trata de una respuesta interesante: si la crianza de los hijos es el problema, entonces parece obvio que la pelota está en el tejado del gobierno del Reino Unido. El rechazo a discutir este tipo de cuestiones surgiría, pues, del temor a que tal debate conduzca a un territorio difícil sobre la estructura familiar, la calidad de la crianza de los hijos y, en resumen, del entorno cultural. Quizás los políticos piensan que es mejor dejar que el problema se agrave y que los niños sufran, que arriesgarse a meterse en faena.
El mes pasado, el gobierno británico anunció que su comisión sobre desigualdad racial incluiría un examen del bajo rendimiento de los niños blancos hijos de la clase trabajadora en las escuelas. ¿Profundizará en las causas? Podría embarcarse en la evidencia de que estudios recientes apuntan a que los niveles de lectura deficientes es una gran parte del problema, o podría preguntarse si la “acción positiva”, en nombre de la diversidad, ha sido precisamente la que ha dejado atrás a los niños blancos de la clase trabajadora.
Fuente: The Spectator [16/07/2020] https://spectator.us/lost-boys-white-working-class-being-left-behind/
Traducción: Juantxo García
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