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Resistencia

23/01/2025

Hace escasos días ha circulado por la red de redes la noticia según la cual, y publicado por la revista «Neurology», un equipo científico encabezado por un tal Daniel Wang, doctor y profesor adjunto del Departamento de Nutrición en el Hospital Brigham and Women’s y la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, ha dado a conocer un estudio que afirma categóricamente que las personas que comen más carne roja procesada tienen un riesgo 14% mayor de desarrollar demencia, que quienes ingieren cantidades mínimas.
Entiendo por carne roja procesada los embutidos y no esa suerte de infames platillos volantes de los «MacDo», por los que siento un especial desprecio por ser uno de los abyectos arietes del criminal-imperialismo gastronómico norteamericano.
Desde hace unas décadas para acá, la anglosfera, no contenta con habernos hecho picadillo el Imperio y acorralado en las cuatro paredes de la península, pretende además acabar con lo poco que nos queda de dignidad en la hispanosfera, viandas incluidas. Para ello, se valen de todo tipo de artificios, estrategias y en todos los ámbitos de la vida: desde la matraca LGTBI hasta el cambio climático, desde la democracia genocida a las series televisivas de todo pelaje, desde la religión woke (pasando por el satanismo en sus diversos grados de estulticia) hasta la boba bibliografía de autoayuda… De todo se valen.
El yihadismo gastronómico de la anglosfera, convenientemente patinado de cientifismo y estadísticas más o menos maquilladas, nos dice (nos apabulla, nos dicta…) que catorce de cada cien cristianos viejos y no tan viejos podemos quedarnos zumbados perdidos por degustar regularmente esas inigualables joyas como son el chorizo de Requena, el salchichón de Vic, la morcilla de Burgos (o la de Ontinyent, sin irnos más para allá), la sobrasada mallorquina (¡Ay, la sobrasada mallorquina!), esa enorme y variopinta famila de butifarras y longanizas, la inigualable guarra de Albacete, el botillo leonés y un larguísimo y deslumbrante etcétera.
Ustedes, queridos y queridas zombies, pueden hacer lo que les venga en gana si es que aún tienen la capacidad de zafarse de las monsergas agendistas de Big Brother. Ustedes pueden ir por el «lado bueno de la historia» e ingerir todo tipo de forrajes, potingues veganos y/o proteínas artificiales impresas en 3D, pero a mi me van a dejar, sí o sí, la rebeldía de enviar al personal a tomar por donde amargan los pepinos y hacer de mi capa un sayo.
Exijo, incluso «manu militari» si ello fuera necesario, mi sacro derecho a envenenarme como Dios y la memoria de mis ancestros manda, a convertirme en un miembro de esa cofradía del 14%, incluso, si me apuran, a suicidarme con un bocata de blanco y negro con all-i-oli, plato de olivas amargas, chato de vino peleón y todo ello rematado con un colosal carajillo como sólo aquí, en Valencia y alrededores, sabemos hacerlo.

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