Por José M. Bou
Analicé el fenómeno de la inmigración en mi libro “Crisis y Estafa” dedicándole un capítulo precisamente titulado “Inmigración y Crisis”. El texto presenta la inmigración masiva como un grave problema, pero sin culpabilizar tanto al inmigrante como a la globalización económica que utiliza la inmigración para forzar a la baja los salarios. Como digo en el libro: “No se trata, desde luego, de culpar a los inmigrantes de la crisis ni del paro. Ya hemos dedicado un epígrafe a denunciar a los culpables y nos hemos centrado en los políticos, como es natural, porque son quienes tienen la responsabilidad de los asuntos públicos, no los ciudadanos, nacionales o extranjeros, ni la gente, que se busca la vida como puede y trata de sobrevivir en condiciones, muchas veces, hostiles. También hemos señalado a la banca, a organismos financieros internacionales, etc. Nadie nos puede acusar, pues, de buscar chivos expiatorios facilones. De lo que se trata es de analizar la incidencia de la inmigración, especialmente la ilegal, en las causas y el desarrollo de la crisis y determinar qué políticas de inmigración serían sensatas.”
Hay que contextualizar los fenómenos inmigratorios actuales dentro de los procesos de globalización que vive la economía mundial. Así, la globalización tiene dos consecuencias laborales claras: la deslocalización y la inmigración. En el mundo globalizado, la fuerza de trabajo se considera un elemento económico más, independiente de cuestiones éticas, sometido a los principios de oferta y demanda. Si la mano de obra es más barata en los países del tercer mundo que en los del primero, pueden pasar dos cosas, que los productores trasladen sus actividades allí, a lo que llamamos deslocalización, fábricas que cierran en USA para abrir en Méjico o factorías que se trasladan de España a Marruecos, por ejemplo; o que la mano de obra tercermundista vega aquí, a lo que llamamos inmigración. Es fácil intuir que esto tendrá efectos beneficiosos para la gran empresa y los grandes productores, que bajarán sus costes laborales y con ellos, sus costes de producción, y sustantivamente negativos para todos los demás. Aumento del paro en occidente, retroceso de los derechos laborales, etc.
Esto puede tener consecuencias muy graves, de nuevo citando del libro: “La desaparición de nuestras costumbres y nuestra cultura, engullidas por la bomba demográfica tercermundista, azuzada por nuestra miopía y nuestra irresponsabilidad, y por el afán de beneficios del capitalismo desbocado, son cada vez menos, como la actual crisis demuestra, historia-ficción apocalíptica, y cada vez más, un peligro real.”
Como expliqué en las dos presentaciones que se organizaron del libro, una de ellas cortesía de Valentia Forum y de Aquí la Voz de Europa, esta situación apenas es denunciada desde unos pocos sectores especialmente valientes, porque el sistema reacciona llamando racistas a quienes señalamos realidades tan obvias y tan innegables.Racista es, en realidad, quien considera que, porque una persona tenga un color de piel distinto o haya nacido en un lugar distinto, tiene que recorrer miles de kilómetros para poder mejorar su situación y ganarse la vida con dignidad. Debemos abogar por el derecho de todo el mundo a prosperar en la tierra que le ha visto nacer sin tener necesidad de embarcarse en viajes inverosímiles en los que arriesga su propia vida en busca de una tierra prometida, que en realidad no existe, para que cuatro caciques tengan mano de obra barata. Resulta evidente que la solución a los problemas de los habitantes de los países en vías de desarrollo no es la inmigración, sino mejorar sus condiciones en sus países de origen.
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